Saturday, December 02, 2006

17. Cucaracha's Puppy Doo

El día que Juan cumplió los 5 años, pusieron en el cine de verano Le Llamaban Trinidad, una de Bud Specer y Terence Hill. Juan se lo pasó de lo lindo viendo a esos dos fortachones dar puñetazos a diestro y siniestro, e imaginaba que era él quien pegaba a Pepito y su panda de matones. A la salida del cine, una vez que sopló las velas de la tarta que ofrecieron en su honor los vecinos de Chamberí, notó como un niño le agarraba de la camiseta.

"Eh, tú, ¿no me recuerdas?", dijo el niño. Juan le miró de arriba a abajo con cierta temeridad, esperando que sus siguiente palabras no fueran "soy tu fan número uno". Pero no fue así, y le dijo: "¡Chaval, soy Cristobalito, el bebé-capo!" "¡Hombreeeee, qué de tiempo! ¿Cómo tú por aquí?" "Pues ya ves, macho. No te veía desde que era sietemesino" Y así siguieron durante unos minutos con la típica conversación de conocidos.... Pero pronto Cristobalito vio en Juan un tono triste en su mirada, un halo de penosidad, un moco en su nariz.... Y le preguntó muy seriamente mientras chasqueaba los dedos: "¿Puedo hacer algo por ti, Juan? Recuerda que te debo una desde que me pasaste un donut de contrabando a la incubadora".

Y fue entonces cuando Juan vio en aquel chaval el aliado que todo país en guerra aspira a tener. Cristobalito no sólo era un pillín de cuidado, además, era un mastodonte para su edad. Pensó que introducir al bebé-capo en su guerra contra Pepito podría desnivelar la balanza hacia su lado, que después del incidente con las babosas su estatus quedó en un estado lamentable.

Juan le citó a la mañana siguiente en el parque: detrás de aquel árbol y en frente del columpio ese. Cristobalito escuchó con atención el relato batallil de Juan, y a medida que las palabras se iban sucediendo, por los gestos de aquel se deducía que en su mente se estaba elucubrando un plan estratégico digno de Montgomery. O era eso o es que le estaba sentando mal el cocido de su madre.... En cualquier caso, el capo le echó un brazo sobre su hombro y le dijo: "Juan, ese Pepito es un pringao. Déjame coger las riendas de tu conflicto y en menos de tres meses la chica será tuya y Pepito besará el suelo por donde pises".

Esas palabras le entraron en el cuerpo como dulces de leche. ¡Se sintió como Mussolini cuando se alió con Hitler! ¡¡Qué futuro más glorioso les esperaban a ambos!! El pequeño Juan tardó unos años en enterarse de que esos dos sujetos acabaron más mal que bien, pero lo realmente importante para él era que se abría un halo de esperanza, un halo de luz llamado Cristobalito.

Dos días después, el niño-capo citó a Juan enfrente del mercado, junta a la tienda esa. Cristobalito le estaba esperando con un periódico bajo su hombro. La contraseña era "culo-caca-pedo-pis". Y entonces el mafias le soltó a Juan la estrategia que había pensado en esos dos días: "Juan, todo imperio basa su fortaleza en una buena base económica. Sin dinero no hay armas, sin alimentos no hay espíritu, y sin estas dos cosas no hay triunfos. Con los dos duros que guardas en tu cerdito no hacemos nada, así que me vino una idea a la cabeza cuando me hablaste de esas cucarachas que tienes en tu baño. Sí, esas que por las noches....ejem, ya sabes. Con un poco de organización podemos montar un show para los niños de tu edificio, un show con un título sugerente: ¡Cucaracha's Puppy Doo! Cobramos a un duro la entrada, y con el dinero que ganemos, nos surtiremos para la gran victoria final."

JUAN

Escuchado así, "un show de cucarachas estripers", suena más bien a cachondeo, pero fue todo un bombazo durante una semana. Cada noche, Cristobalito y yo conseguíamos traer a casa al menos a diez niños, y ninguna madre se percataba del asunto. Imagínenese a diez niños saliendo de sus casas en mitad de la madrugada para dirigirse a ver un show de dos rombos en mi cuarto de baño.... y pagando encima un duro cada uno. Y todo para ver, si es que se daba la ocasión, a un par de cucarachas montándose una juerga entre ellas. Pero si aquello no ocurría, la organización lo compensaba otorgando a cada niño una galleta Príncipe de Bequelar o bien una porción de quesito de La Vaca Que Se Descojona.

Cristobalito colocó una mini bombilla roja en su linterna, de forma de con ella alumbraba las paredes del baño para ir creando ambiente. En silencio, esperábamos a que salieran las cucarachas rezando para que tuvieran la libido subida esa noche. Nadie respiraba, ninguno movía un músculo, y cuando los bichejos se ponían en acción, cada uno respondía de una u otra manera. Santiago el del cuarto vomitó, Luisito el del quinto perdió el habla unos días, aunque la mayoría respondiá con una gran indifirencia. "¿Y esto es todo?", llegó a decir alguno que otro. Pero qué querían, se trataba de cucarachas, no de Sofía Loren....

Un día le pregunté a Cristobalito de dónde sacó el nombre de Cucaracha's Puppy Doo, y me contestó: "De esa canción que cantaba Marilyn Monroe, sí hombre, esa que decía:

I wanna be loved by you,

just you and nobody else but you.

I wanna be loved by you alone

paah-deeedle-eedeedle-eedeedle-eedum,

poo pooo beee dooh!"


Monday, September 04, 2006

16. La Delgada Línea Roja de Juan.

Juan, con sus cuatro años y pico, era un niño básicamente escueto en cuanto al físico. Era muy delgado, huesudo, con una piel blanca que casi le transparentaba los órganos vitales. Las madres del parque le tiraban trozos de pan como a las palomas de la penita que les daba un niño tan enjuto. Sin embargo, su delgadez no se debía a la ineficacia de la madre. Era simplemente su metabolismo. Era fino, sin más, como el tronco de un girasol.

Pero Juan no sentía ningún pudor por su físico. Es de suponer que con cuatro años no se pretende ser modelo de la pasarela de Milán, pero se quiera o no, los comentarios de las vecinas podrían haberle causado algún trauma. Concha, sin embargo, no soportaba que le acusaran de mala madre alimentadora, de forma que un día decidió llevar al niño a un médico nutricionista con la intención de hacer engordar al chaval.

"Señora, que el niño se tome esta pastilla antes de cada comida". Esta fue la solución del doctor para la finura del pequeño Juan. Era tan delgado, que cuando se ponía el cinturón rojo los vecinos adultos decían "Mira, ahí va la delgada línea roja". Concha compró las pastillas y el niño empezó a tomarlas como si su vida dependiera de ello. Pasaba el tiempo y las pastillas empezaron a dar resultados visibles. Juan aumentó la talla de sus pantalones considerablemente. La madre tuvo que comprarle un juego nuevo de ropa debido al engrandecimiento del pandero de Juan. Semana a semana, mes a mes, Juan fue atrapando kilos y no dejaba escapar ninguno, hasta que un buen día el pequeño bajaba por las escaleras de su edificio y las vecinas empezaron a cuchichear. "Ay, qué niño más gordo"; "Qué mal alimenta al crío la Tupperwoman"; "Qué pena de niño, y con lo mono que era estando flaquito".

Juan, aunque no era muy despierto, no era sordo, y esos comentarios le llegaban a los oídos con suma facilidad. Luego subía a su casa, se miraba al espejo y empezó a darse cuenta de que médicamente hablando era un "niño obeso", o sea, un gordinflón. Así, sin más, pasó de ser "la delgada línea roja" a ser conocido como "el círculo rojo". Fue entonces cuando el chaval decidió dejar de tomar las pastillas del doctor. Su madre seguía dándoselas a pesar de que ya no le hacía falta engordar más, así que cada pastilla que le daba, pastilla que acababa tragándose el perro Batalla. El can de los Fernández jamás pudo imaginarse que su perfil iba a ser más parecido al de un pez globo que al de un schnauzer, y pronto entró en depresión. Se pasaba las horas viendo la carta de ajuste, y cada vez que sonaba el himno nacional al acabar la emisión en televisión, se echaba a llorar.

El chico no dudó en culpabilizar a su madre de su nuevo físico. Así que en la siguiente reunión de tuppers decidió hacer que ella sintiera el mayor de los ridículos posibles. Mientras Concha enseñaba a las señoras la fiabrera naranja, que lo mismo servía para guardar una sopa que unos calamares en su tinta, Juan apareció totalmente desnudo y se plantó en mitad de la salita diciendo con voz extraña: "¡Mira lo que hace.....el puerco de tu hijo!" Y sin más, empezó a mear delante de todas las señoras, que como liebres, empezaron a huir de la casa entre gritos y aullidos. Eso sí, sin dejar pasar la oportunidad de pillar alguna fiambrera aprovechando el descontrol del momento.

Thursday, August 03, 2006

15. Un Perro Llamado Batalla.

A la tierna edad de cuatro años el pequeño Juan entró en depresión. Incomprendido en la guardería, vapuleado por Pepito, ninguneado por su madre....era demasiado para un niño pequeño con escasa fuerza moral. La Guerra del Mojón en el Baño estaba recién iniciada, pero sus posiciones no se encontraban en buen momento. La estrategia ideada por Pepito conseguía un éxito que presagiaba el fin de Juan en esta dura confrontación. Pepito consiguió involucrar a su enemigo en una batalla de tizas de cuyo inicio fue acusado Juan, siendo castigado por las monjas a permanecer durante media hora con los brazos en cruz en una esquina de la clase.

Pero para Juan eso no era más que el comienzo, tan solo una batalla perdida. A sabiendas de que no se encontraba en su mejor momento, el pequeño decidió aguantar las embestidas del enemigo esperando un cambio sustancial que le ayudase a recuperar terreno, a finiquitar su flaqueza de fuerzas. Juan necesitaba un compañero, un fiel amigo que le diese moral y ganas de seguir adelante, y así fue como llegó a su vida y a su hogar un cachorro de perro de raza schnauzer, tamaño miniatura, color sal y pimienta. A la madre le costó lo suyo, tuvo que insistir a una señora de Donoso Cortés para que comprase 8 Tuperwares en vez de los dos que quería para poder comprar el cachorrito a una presentadora de televisión que los criaba, pero bueno, todo fuese por su hijo depresivo huérfano de padre. Quizás el perro, así bigotudo como era, ocupase un poco el hueco que dejó su padre, el pobre Antonio.

Juan acogió con alegría a su nuevo compañero, a ese cómplice que necesitaba. Le miró a los ojos, y con voz grave y contundente le dijo: "Eres pequeño y peludo, pero quiero que sepas que a partir de ahora me ocuparé de ti y saciaré todas tus necesitades. Mearás en la calle y también cagarás. Te dejaré oler a las chuchas y te daré de comer salchichas y arroz. Pronto te convertirás en un pequeño gran perro, y tu labor será sólo una: amargar la existencia a Pepito. A partir de ahora tú y yo seremos un verdadero equipo, y a partir de ahora te llamarás Batalla, en honor a la última batalla que libraremos para conseguir ganar esta Guerra de los Cien Mojones.....digoooooo, del Mojón en el Baño".

La estampa de Juan y Batalla caminando por las calles de Chamberí es todo un clásico. Aún hoy ambos salen a pasear, y aún hoy Pepito teme los gruñidos del pequeño perro. Pero el can tardó lo suyo en desarrollarse y entender su objetivo en la vida, y mientras el enemigo se aprovechó de la situación. Un día Pepito fue al parque y se encontró un grupo de babosas asquerosas. Las babosas son esos bichejos parecidos a los caracoles, pero sin caparazón. Se restriegan por la tierra dejando tras de sí un rastro de repugnantes babas, y de ahí viene su nombre, por si alguien lo desconocía.

Pepito los cogió una a una y los metió en una bolsa. Se fue corriendo a casa de Juan y llamó al timbre. Su enemigo no estaba, así que inventó una excusa para entrar en el cuarto de Juan. Concha no sospechó nada, ajena a la cruel guerra que ambos críos libraban entre sí, de forma que Pepito tenía campo libre. Abrió la colcha de la cama, y bajo las sábanas dejó libres a las siete babosas que había hecho presas. Luego volvió a tapar la cama cual camarera de piso y salió corriendo de la habitación.

Aún hoy en día los vecinos recuerdan el gran chillido de Juan cuando se metió en la cama y mientras entraba en sueño las babosas asquerosas se adueñaron de su cuerpo como si de un campo de lechugas se tratase. Pepito fue demasiado lejos, y como pasó con los otros grandes enemigos de la humanidad, no frenó su ansia de poder y dicho acto fue el inicio de su fin, aunque éste tardó lo suyo en llegar.

Sunday, July 23, 2006

14. La Guerra del Mojón en el Baño.

La vida es como un río, como decía el poeta, con sus aguas rápidas, sus ruidos, sus tramos de calma, sus rectas, sus curvas....sus zonas anchas, otras estrechas....Y parece que no, pero nuestro Juan Fernández ya tiene cuatro añitos, y España ya dejó de ser una dictadura. Juan afirma en la actualidad no recordar absolutamente nada de lo acontecido en esos tres años de su vida. Tan sólo, dice, recuerda la cara de Franco en su ataud, pues su madre se lo llevó con ella a mostrarle sus respetos al dictador. Concha fue muy franquista, de forma que esos días de noviembre fueron duros para ella, y durante un mes decretó luto oficial en su casa: un mes sin televisión, sin revistas y sin juegos. Sin chocolate, sin plátanos y sin bocadillos de chorizo. Rezos diarios del Padrenuestro por la mañana, por la tarde y por la noche. Prohibido decir jolines y mecachis, nada de pimienta, nada de azúcar y nada de cotilleos con las vecinas.

Pero estamos en 1977, y Juan ya es un pequeño hombrecillo de 4 años. Un niño flaquísimo, era la viva imagen de su padre, tan sólo le faltaba el bigote y su uniforme amarillo para confundirle con él. No sabemos qué le pudo pasar al crío durante estos tres años pero el caso es que Juan perdió en ese tiempo gran parte de su fuerza e ironía interior. Las demás madres le veían en el parque y tenían ganas de bajarle un plato de cocido. Parecía que había perdido su curiosidad innata, su malicia. El niño se sentaba en el parque y observaba a los demás chavales jugar a la pelota o al escondite sin ánimo de incorporarse al grupo. ¿Era Juan un niño superdotado incomprendido y aburrido de su lento ritmo de enseñanza? Nooooo, pronto detectaron que Juan en eso era muy normalito. ¿Tristeza por la ausencia de su padre? Quizás, pero aquello le pilló siendo muy pequeño, lo cual le impedía hacer reflexiones maduras sobre el sentido de la vida, el porqué de la muerte o la insensatez de la bicicletas tandem.

JUAN

El siguiente recuerdo que tengo de mi infancia es a mí mismo arrodillado, con las manos juntas y rezando el Ave María junto a Pepito en una guardería de monjas. Tenía cuatro años, y ese era mi rito diario de todas las mañanas. La siguiente imagen es yo mismo en la bañera y con un....mojón en el agua. No sé por qué narices tengo que recordar eso tan desagradable, pero así es. Pepito y yo compartimos guardería. Nuestras madres se pusieron de acuerdo para así repartirse los días de llevada y recogida. Así que muy a mi pesar Pepito y yo estábamos obligados a entendernos, lo cual costaba lo suyo.

Pepito hoy en día es un respetable lobo de negocios. Pese a su juventud, el chaval supo acaparar la atención y escalar posiciones. Está soltero, es feo, pero tiene amantes en cada puerto.

PEPITO
Para mí Juan siempre ha sido como una piedra en el zapato bien incrustada. Éramos vecinos y nuestras madres, aunque se odiaban, llegaron a un acuerdo para entenderse y llevar su maternidad de la forma más cómoda posible. Y eso me obligaba a ver su careto día sí y día también. Además, miraba muy raro a mi madre, como con deseo, y eso me sacaba de mis casillas.
Con las monjas era lo peor, siempre haciéndose la víctima y acusándome de todo a mí. Vale, de vez en cuando se me escapaba una zancadilla o le aplastaba mocos en la cara, pero eran cosas inocentes, sin mala intención. Y se lo merecía por acusica. Sé que él me odia también, me cree el causante de mucho de sus males, pero se equivoca. Él atrae sus males por sí mismo, es su sino. Y siente envidia de mis éxitos.
Con cuatro años ya era el rey de la cantina del colegio. Todos me saludaban con admiración, y las nenas se rifaban quién iba a ser mi chica del recreo de ese día. Soy feo, lo reconozco, pero tengo un encanto fuera de lo normal. A Juan le gustaba una niña que se llamaba Isabelita, pero un día le tocó a ella ser mi chica del recreo. Hablamos de muchas cosas, de los lápices de colores, de su perro, de los payasos de la tele....Y la conquisté al regalarle un cromo de Pulgarcito. Juan rabiaba al vernos juntos, y un día estalló. Se puso rojo y gritó "¡Te odio, Pepito, te odio!", y todo el mundo le miraba. Yo entonces contraataqué contándole a Isabelita lo del mojón en el baño y fue entonces cuando se inició La Guerra del Mojón en el Baño, que duró 6 años, justo hasta quinto de E.G.B.

Monday, July 17, 2006

13. Amor Imposible.

El día del entierro de Antonio, el pequeño Juan seguía aún bajo el cuidado de Susana. Ajeno a todo lo que ocurría en el cementerio, el bebé seguía disfrutando de unas minivacaciones en el 1º B. Juan seguía enamorado de Susana, y así nos lo sigue relatando él mismo:

JUAN
Estando allí con ella me sentía como en el paraiso, pero en el paraiso antes de que les echaran de allí. Yo no dejaba de observarle sus pechos. Como había aprendido a decir "teta", me pasaba las horas diciendo esa palabra con todas las tonalidades posibles: cariñoso, mimoso, insinuante, irónico, sarcástico, demoníaco....Pero nunca cedió a mis pretensiones. Y no lo entendía, ¿cuál era el problema, la edad? Al fin y al cabo, ¿qué eran 31 años de diferencia? Cuando yo tuviese 30, ella tendría 61. Y yo la cuidaría en su vejez al igual que ella a mí en mi "bebez".
Quizás el problema fuese Pepito. Vale, teníamos casi la misma edad, pero yo no hubiera tenido problema en darle mis apellidos y aceptarle como hijo, y él acabaría entendiendo la situación. Pero me acabé rindiendo ante la evidencia. Nuestra relación era imposible. No la podría llevar al cine, ni a restaurantes....ni dar paseos por el Retiro, a no ser que ella empujase del carrito. No podría invitarle a una copa, regalarle joyas....Ella acabaría por aburrirse de mis limitaciones, y de cambiarme de pañales cinco veces al día. Me echaría a llorar y ella no sabría porqué, y no podríamos mantener discusiones sobre los excesivos gastos de la casa. Y además, la sociedad no aceptaría nuestra relación. Era demasiado peso para ella, así que decidí dejar aparcado mis sentimientos, y me dediqué a tirar mi chupete continuamente al suelo, que es lo que hacen los bebés.
SUSANA
Realmente Juan fue un bebé un tanto extraño, pero Concha me pidió ese favor y no podía negarme, claro, a pesar de que Pepito ya me daba bastante guerra. Me sorprendió mucho que acudiera a mí, teniendo en cuenta que no le era simpática. Aunque pensándolo bien, quizás fue precisamente por eso por lo que me encasquetó a un bebé durante 3 días. Concha siempre ha sido una mujer de armas tomar, y en aquella época más si cabe. Entre usted y yo, ella se pensaba que yo pretendía a su Antonio, y por eso me tenía entre ceja y ceja.
Se pensaba que por vivir sin mi marido durante tanto tiempo yo me dedicaba a flirtear con los maridos de las demás. Incluso llegó a divulgar por ahí que a ver si Pepito era realmente hijo del marinero o vaya usted a saber de quién. Hasta que un día no pude más y subí a su piso. Abrió la puerta y le dije claramente que yo era fiel a mi marido y que se dejara de estupideces, que por nada del mundo me iba a liar con Antonio, entre otras cosas porque no soporto los bigotes.
En cuanto a Juanito, ummmmm. Todavía hoy en día siento que me devora con su mirada, fruto más bien de un amor platónico no consumido.....gracias a Dios.
Una vez enterrado el bueno de Antonio, una nueva realidad habitaba en el hogar de Juan. Concha recogió a su hijo con lágrimas en los ojos, y una cierta mirada de odio a su vecina, pues al ver cómo reaccionaba el bebé al ser apartado de las dulces manos de Susana, Concha no pudo evitar revivir aquellas dudas sobre la honorabilidad de su ya difunto marido. No obstante, no quiso parecer grosera, puesto que siempre viene bien tener una vecina que haga de cuidadora de vez en cuando.

Monday, July 03, 2006

12. Concha y Antonio: Su Historia de Amor.

El primer día tras la muerte de Antonio fue un calvario para Concha. "¿Y ahora qué traje le pongo?" Se preguntaba la viuda. El difunto nunca fue amigo de los trajes de vestir, así que Concha tuvo que vaciar una de las huchas de ahorro para comprarle uno. "¿Es para la oficina o para los domingos?" Le preguntó el dependiente. "Es para un funeral", respondió Concha atónita, y se echó a llorar cuando aquel hombre le dijo: "Y no se preocupe si su marido engorda, porque tiene tela para ensanchar."

La madre de Juan se dio verdaderamente cuenta de su situación de viuda cuando vio que la televisión estaba encendida y su marido no le hacía ni caso, y eso que ponían una de Conchita Velasco. Al velatorio, en la propia casa, acudieron las personas justas, y muy pocos lloraban de verdad. Paco, Gutiérrez y Mariano, compañeros de Correos de Antonio, regalaron a la viuda una colección de sellos de temática pajaril. Cigüegas, pelirrojos, canarios, grajos....toda clase de pájaros ahí metidos. La vecina del quinto B le llevó una fiambrera con croquetas, rellenas con el resto de la pata de jamón de la Navidad pasada. La empresa del Tuperware mandó una corona de flores que rezaba: "Conserve sus fiambres en fiambreras Tuperware". Nunca se sabe dónde hay un potencial cliente....

Concha observaba a su marido y miles de recuerdos se le amotinaban en su cabeza. Su primera mirada furtiva, sus besos sencillos bajo la escalera de un portal, sus discusiones diarias....Momentos bellos y también tristes, como en toda pareja de humanos. Viéndole ahí quietecito intentaba recordar por qué se casó con él, pues realmente no lo recordaba.

CONCHA
Conocí a Antonio por pura casualidad. Fui un sábado por la mañana a la oficina de Correos de Guzmán el Bueno. Recuerdo que iba llorando, en mis manos llevaba una carta dirigida a quien entonces era mi novio, y en ella le hacía saber que nuestras relaciones habían acabado, que me llegaban rumores de indefilidad a cada momento, y no lo soportaba más. Él vivía en Santurce, y la relación a distancia era insoportable. Entonces llegué al mostrador y allí estaba Antonio, delgaducho y con todo su bigote. Me vio llorar y me cogió la mano. Me dijo que no llorase, que nada ni nadie se merecía unas lágrimas tan bellas. Esas palabras me cautivaron. Yo dudaba si mandar la carta o no, porque mi futuro dependía de ello. En cuanto le expliqué su contenido a Antonio no dudó en convencerme de que debía mandarlo, incluso certificado y urgente. Y eso hice. La carta llegó a su destinatario, y Antonio y yo empezamos a salir.
Dábamos paseos por el Retiro, nos metíamos en los cines de Gran Vía y nos volvíamos riendo hasta llegar a Chamberí. Fue un bonito noviazgo. Su bigote me incordiaba, pero me dijo que era una herencia familiar, y que no se lo podía afeitar. Un buen día, merendando en una cafetería bulliciosa, se arrodilló ante mí y dijo: "Mira, una moneda de cinco duros", y con eso pagó la merendola. Y así seguimos un día y otro y otro hasta que me pidió en matrimonio. Y no pudo hacerlo de otra manera, me mandó una carta pidiéndome que me casara con él, y que se afeitaba el bigote si hiciera falta. Pero no le hice pasar por ese mal trago. Le mandé un telegrama diciéndole que sí, que le quería, y que hiciese el favor de limpiarse por detrás de las orejas. Y así fue cómo acabó nuestro noviazgo y empezó nuestro.....matrimonio.
Antonio fue enterrado entre los sollozos, los suspiros y los "ay, ¿por qué?" de la familia del fallecido de al lado. "Ya podían ponerse de acuerdo con los horarios, o bien distribuir a los muertos a cierta distancia", dijo la vecina del quinto. El problema de Antonio fue que no se dejó querer, y por eso su presencia en este mundo fue prácticamente ninguneada, a excepción de la hipoteca del piso, que mensualmente le hacía una visita.

Saturday, July 01, 2006

11. Susana, la Diosa del Primero B.

Momentos tristes en el hogar de Juan Fernández. Su padre murió el día en el que el bebé cumplía un año, y a partir de ahí nada iba a ser igual. Concha quedó viuda en su mediana edad y la muerte de su marido le dejó atónita y pensativa: "¿Tenía Antonio un seguro de vida? Si no, me voy a tener que hartar de vender tupers". Pero ya habría tiempo para pensar en esas cosas. De momento, había que rezar por su alma, y de paso enterrarle.

Concha no quería que su hijo estuviese presente en esos duros momentos. "Vamos- dice Juan- ni que me fuese a acordar de aquello teniendo un año." Pero por si acaso Concha decidió dejarle su hijo a Susana, la joven vecina del 1º B, al menos hasta que Antonio estuviese enterrado. A Susana no le importó hacerse cargo del niño, al fin y al cabo, ella tenía un bebé de 4 meses, así que teniendo un llorón en casa, lo mismo da tener dos. Al mismo tiempo, el favor ayudaría a suavizar ciertas tensiones entre ambas por asuntos pasados.

Era tal la tensión, que Juan jamás había llegado a ver a su famosa vecina, así que fue toda una sorpresa para él cuando Susana fue a recogerlo: "¡Vaya bombón!" Exclamó Juan. El pequeño quedó tan impresionado por la belleza de su cuidadora que durante esos dos días que estuvo con ella ni se percató de la ausencia del chupete en su boca. En esas 48 horas, Susana se convirtió en su fijación. Pero antes de intentar algo con ella, el bebé debía inspeccionar el terreno.

JUAN
Marido no había, ¡bien! Bueno, sí había, pero era marinero de alta mar y llevaba 4 meses fuera. Por lo visto le dieron el permiso justo para ver nacer al niño. Lo vio y en seguida se cogió un taxi para Vigo y otra vez a la mar. Tampoco había perro, lo cual me facilitaba las cosas, ya que soy alérgico a ellos y de haber uno me hubiese pasado el día estornudando mocos. No había suegra, ni abuelo ni gatos, así que el camino estaba despejado. Pero pronto me di cuenta de que sí había algo que obstaculizaba nuestra relación: otro bebé, Pepito.
Su mirada amenazante me observaba a cada momento. Con un pequeño gesto lo decía todo: "Soy Pepito, ¡y tú escoria!" Yo no entendía por qué me veía como un enemigo, al fin y al cabo ella era su madre y mis intenciones hacia ella no eran de hijo a madre, sino de hombre a mujer. Aparte, el hecho de que el novio de su madre hablase en su mismo lenguaje siempre era una ventaja. "Que no, Susi, que no quiere leche, que quiere brandy". Pero Pepito era una persona tan negativa que era incapaz de apreciar esas ventajas, y yo tenía claro que nada ni nadie evitaría nuestra relación.
Susana era una joven maravillosa. En 1974 tendría unos 30 años, no más. Vestía siempre de forma cómoda y juvenil. La sonrisa nunca faltaba en su mirada y su pelo moreno ondulaba por su rostro como olas de mar. Aquel primer día con ella me conquistó definitivamente cuando me cogió en brazos y me miró con sus ojos más tiernos: "Ay, pequeñín, ay pequeñín, ay mi pobrecito", me dijo, y acercó sus labios a mi mejilla y me besó. Yo la miré y pensé: "Eres mía, baby". Y ella me miró y dijo: "Me parece que se ha cagado".
Pepito era un canalla, pero sólo tenía 4 meses, así que aún tomaba leche del pecho, y ese espectáculo no me lo podía perder yo. Susana me sentó en una trona y luego cogió a su bebé. Se sentaron en el sofá de la salita, encendió la tele y después, con toda la sencillez del mundo, se quitó dos botones de la camisa y se sacó un pecho. Pepito me miró de reojo y se lanzó como un vándalo hacia esa obra divina, ante lo cual no pude evitar sentir toda la envidia del mundo. Empecé a agitar los brazos, a moverme de alante a atrás y a abrir los ojos como si quisiera que se salieran de su cavidad. Sin darme cuenta mi boca se abría y se cerraba y algo en mi interior estaba ocurriendo. De repente, mi lengua posó ligeramente entre mis dientes inexistentes y una exalación escapó de mí con tanta fuerza que de mi boca salió una sonora y trepidante palabra: ¡¡TETA!!
Mis primeras palabras de bebé fueron "teta", y ocurrió un día después de haber cumplido un año. No sé si llegué a batir algún record, pero fue tal la impresión que se llevó Susana que del susto fue incapaz de amantar a su hijo durante días, cosa que Pepito me reprochó durante años.

Sunday, June 25, 2006

10. La Sonrisa de Papá.

15 de julio de 1974. El pequeño Juan Fernández cumple su primer año de vida. Su madre ha querido celebrarlo acudiendo en familia a un cine de verano, rememorando así el accidental nacimiento del bebé, y de paso, abaratando costes, pues el ayuntamiento regaló a la familia un bono perpetuo para los cines de verano. Algún concejal incluso pretendió bautizar al cine como "Cine de Verano Juan Fernández", pero la petición fue rechazada de pleno por todo el consistorio, llegando a ser calificada como de "estúpida idea", "parida de concejal aburrido" o "necedades del mequetrefe de turno".

Esta vez la película a visionar era CASINO ROYALE, aquella sátira del héroe James Bond. Acudieron al cine todos aquellos que presenciaron el nacimiento un año atrás, excepto Miguel Rodríguez, que el pobre falleció víctima de una croqueta mal cocinada. A las 23:05 pararon la película, encendieron las luces y ofrecieron un pequeño ágape, que de hecho, más que un ágape fue un agapito. Y en seguida siguieron con la proyección. Por supuesto al acto no faltó el Doctor Ricardo Gallardo Muñiz, el que se cargó con la responsabilidad de ejecutar el parto, y el cual se sentó junto a Concha y Antonio.

Antonio, por cierto, aún no había perdonado a su hijo la jugarreta de meses atrás. Salió muy dolido por la experiencia, era la primera vez que un bebé le tomaba el pelo de semejante manera. Era tal su desengaño que decidió retirarle la palabra durante un año, a lo cual el bebé le respondió de la misma manera, y de su boca no salió ni una sola palabra.

Aquel acto de celebración en el cine no llegó a celebrarse nunca más, pues al acabar la proyección, ninguno de los presentes aportó su contribución acordada, y salieron todos despavoridos huyendo de aquel parque como si de la peste se tratara. Y el médico, que fue quien dio la idea del acto, tuvo que apechugar con todos los gastos.

Esa noche llegaron a su casa contentos. Concha se pasó todo el camino de vuelta cantando el "La, La, La" de Massiel, mientras que Antonio y su hijo miraban a otra parte avergonzados. Puesto que habían tomado algo en el cine, decidieron acostarse nada más llegar. El bebé en su cunita y el matrimonio en su cama, aunque marido y mujer dormían separados por una fila de cojines, para evitar así contacto alguno e impedir que un nuevo calentón tuviese como consecuencia un hermanito para Juan. Dormían como lirones a las 3 de la mañana, o eso parecía......Juan quiere narrar en primera persona lo acontecido.

JUAN
Eran las tres de la mañana, y decidí darme una vuelta por el cuarto de baño para ver si veía a las cucarachas. Me bajé de la cuna y me fui desplazando evitando cualquier ruido delatador, pero me sorprendió ver de repente una sombra en la oscuridad y sonidos de pasos. Pronto descubrí que debía de ser mi padre, y me fui acercando poco a poco hacia el baño, pues era allí a donde parecía que se dirigía él. Pegado a la pared del pasillo, escuchaba los sonidos habituales en dicha situación: meada, tirada de la cadena del báter, lavado de manos....y de repente un sonido no habitual, más bien un ruido, ¡un cataplás!
Reconozco que ese ruido me desconcertó del todo, y que el miedo se apoderó de mí. Gateando acudí como pude al baño hasta ver a mi padre en el suelo. Le vi y me sorprendió del todo. Pensé: "¡mi padre jugueteando conmigo! Claro, seguramente me escuchó y quiso buscar la broma tirándose por los suelos...." Lo cual significaba que su enfado había llegado a su fin, que no había motivos para renunciar a la relación padre-hijo por semejante tontería, ¡que en el fondo me quería! Y me alegré tanto que yo me eché a reir, a carcajear, y mi padre, ahí tirado en el suelo, me miró, como con cierto esfuerzo, y sonrió.
Mi padre murió de un ataque al corazón, y yo pensaba que me hacía bromas tirado en el suelo. Mis carcajadas no llegaron a despertar a mi madre, y hasta que no le desveló la mañana no descubrió el cuerpo de mi padre sin vida. Yo, cuando me aburrí del juego de mi padre, me volví a la cuna, y dormí plácidamente el resto de la noche, recordando para siempre la sonrisa más sincera que Antonio, mi padre, me había dedicado jamás.

Sunday, June 04, 2006

9. La Venganza del Bebé.

Ya hemos narrado que la relación Antonio - Juan no era precisamente la de un padre modelo cariñoso con su hijo. Las obligaciones primordiales le correspondían a Concha, "que para algo le has parido tú", solía decir Antonio. Pero el problema era que las demás obligaciones propias de un padre tampoco eran atendidas por él, y esto no ayudaba nada a fortalecer la relación paterno filial. Parecía más bien una especie de Guerra Fría, pero cambiando los misiles por biberones. Era como un "sé que estás ahí, pero procura no mirarme", pero esta situación no iba a durar siempre, por desgracia para Antonio. Un buen día tuvo que enfrentarse con la situación sin miramientos, mirar a los ojos a su hijo y compartir juntos un día entero sin la presencia de la madre.

Un domingo, Concha tuvo que ausentarse todo el día de la casa. Tenía que adoctrinar a una Tuperwoman novata, así que dejó al pequeño Juan en manos de Antonio, el padre de la criatura. Todo un día con el bebé, y con la única ayuda de un manual de instrucciones y una pequeña guía en caso de emergencia, el cual te explicaba qué tenías que hacer si el bebé caía de un sexto piso o si se tragaba las piezas del parchís, con dados y todo.

El plan del día era sencillo: 1- Lavado de bebé, 2- Biberón de bebé, 3- Cagada de bebé, 4- Misa con el bebé, 5- Almuerzo de bebé y 6- Siesta de bebé con peli de vaqueros en la tele. Eran seis pruebas las que tenía que pasar Antonio, capaz de repartir 1000 cartas en una mañana, pero incapaz de controlar a un humano de 50 centímetros. Pero lo que no sabía Antonio, lo que no se podía esperar, era que su hijo escondía dentro una fuerza sobrenatural capaz de acabar con civilizaciones y líderes históricos: LA VENGANZA.

No se entiende que una cosa tan pequeña y suave pudiese albergar una sed de venganza tan inmensa, y todo porque el bebé se sentía engañado por la educación sexual ofrecida por su padre. Todo ello originó un reconcome en su interior que estuvo alimentando hasta esperar el momento más oportuno, porque ya se sabe que la venganza es un plato que se sirve frío, como la ensalada de arenques.

El pequeño Juan empezó la mañana muy bien. Se dejó llevar por las inútiles manos de su padre sin mostrar la más mínima queja, y eso que el padre lo hacía tan mal que cualquier otro bebé ya hubiese pedido la hoja de reclamaciones. A Juan le daba igual que la leche estuviese ardiendo, que le bañase con agua congelada o que le pusiese los dodotis del revés, que él no rechistaba lo más mínimo ante la incredulidad del padre, el cual llegó a pensar que a lo mejor eso de ejercer de padre no se le daba nada mal. Pobre iluso. A eso de las 12:15, pater et fili salieron de la casa rumbo a la iglesia más cercana. Todo orgulloso Antonio iba llevando el carrito con la tranquilidad de la tarea bien hecha, y con la seguridad de que su niño iba a tener un comportamiento ejemplar en la misa, que iba a ser la envidia de todas las mamás.

Era tal su confianza en el bebé, que Antonio decidió atreverse a plantarse en primera fila, a medio metro del altar, ante la incredulidad de todos los presentes. Juan lucía una angelical sonrisa, aunque por dentro retenía todos los pecados capitales juntos, meciéndolos en una coctelera explosiva que en cualquier momento estallaría. Empezó la misa, todos en pie. Una oración, otra, las lecturas, ahora sentados, ahora de pie, el cura hablando.....y Juan manteniendo un comportamiento magnífico, en silencio y sonriendo. Llega el Padrenuestro, la paz, ¡la comunión! Y cuando estaban todos rezando en silencio, cuando apenas se oía el sonido de las llamas de las velas, el infante tomó aire, se le hinchó la cara y empezó a gritar y llorar como si mil demonios le hubiesen poseído al mismo tiempo.

En ese momento todas las miradas se dirigieron hacia Antonio con expresiones de odio y regocijo. Es como si hoy en día hubiese sonado la Macarena en pleno momento de oración interior en la iglesia. La sonrisa angelical pasó en unos segundos a llanto demoníaco, y el padre intentó escapar de aquella situación tan vergonzante lo más rápido posible, pero el bebé había trucado las ruedas del carrito, y tuvo más dificultades de las que podía imaginar. Pero pudo lograr salir del templo, y juró no volver más a ese, aunque tuviese que andar media hora más para llegar a otro. Y una vez en la calle el pequeño Juan dejó de chillar, bebió agua y miró a su padre como diciendo "Ahí queda eso, pringado".

Saturday, June 03, 2006

8. El Placer del Gateo.

Aunque parecía no escuchar, el pequeño Juan prestó toda su atención a las palabras del vejete, e intentó tenerlas en cuenta durante su vida. Otra cosa, eso sí, es que lo llevara a la práctica. Pero de momento Juan Fernández sigue siendo un bebé que pasado un tiempo ya empezaba a gatear. El gateo para un bebé debe producir algo parecido a lo que sintió Colón al descubrir América: todo un territorio virgen por explorar.

Juan aprovechaba las siestas de sus padres para escaparse de su jaula e investigar su entorno, el cual no era precisamente muy grande. Los Fernández residían en un piso discreto de Chamberí, con dos habitaciones, salita, un baño y cocina, y era un piso interior, claro. Juan insiste en relatarnos una anécdota que recuerda.

JUAN
No sé realmente a qué edad empiezan los niños a gatear, pero un buen día me vi a mí mismo desplazándome por mis propios medios. Pronto entendí que la hora de la siesta era la mejor para iniciar una de mis aventuras a ras del suelo, especialmente el día que se comía cocido, y no sólo por escapar de las flatulencias varias de mi padre. Recuerdo un día en el que me fui desplazando hasta llegar al cuarto de baño. Abrí la puerta y mis ojos no podían creer lo que vi. ¡Descubrí a dos cucarachas fornicando en mi baño.....y me miraron mal! Rápidamente se subieron los pantalones y salieron huyendo entre insultos, o al menos es lo que recuerdo.
El caso es que aquella imagen perniciosa me conmocionó: acababa de descubrir el sexo, y lo que había visto no tenía nada que ver precisamente con lo que me contó mi padre días antes de lo de las florecitas y las semillitas. Aquellas cucarachas parecían pasárselo demasiado bien como para estar intercambiando semillas de flores, y no lo hacían precisamente con la postura del misionero.... La verdad es que sexualmente fui un niño precoz, pero no en obra, sino en pensamiento, palabra u omisión. A partir de entonces, dejé de creer en todo lo que me contaba mi padre. Claramente me mentía y me negaba las grandes satisfacciones de la vida: el chocolate, los bocadillos de chorizo...y ahora el sexo. Claro, que igual lo hacía por mi bien, para no traumatizarme en exceso teniendo en cuenta que sólo era capaz de hacer 5 cosas por mí mismo: mear, cagar, chillar, llorar y ahora gatear.

Friday, May 26, 2006

7. El Viejo del Parque.

Una vez superada esta primera crisis, madre e hijo vivieron en armonía durante tres meses, denominado para la historia como La Paz del Café Central, pues fue allí donde Concha se untó el pezón en vinagreta. Durante ese tiempo el pequeño Juan se convirtió en un bebé ejemplar. Apenas gritaba, apenas lloraba, apenas cagaba....Su pediatra llegó incluso a decir en un Telediario: "Llevo 32 años de profesión, y jamás he visto a un bebé cagar tan poco". En cualquier caso, el niño no daba problemas, por lo que Concha empezó a ilusionarse algo más con su hijo. Durante esos meses, incluso le llevaba al parque cada tarde.

Chupete en boca, el niño se agarraba a su sillita y la madre le daba un paseo por las calles de Chamberí hasta llegar al Parque de Santander, donde se sentaban en un banco a tomar el fresco. Pero la ilusión de Concha por su hijo no siempre rozaba la perfección, de hecho, en ocasiones se dejaba llevar por su inestable forma de ser, hasta el punto de desatender al pequeño Juan por unos instantes. En una ocasión, un sábado por la mañana, madre e hijo estaban en el parque cuando de repente Concha se dio cuenta de que no le quedaba tabaco. Sin duda era el peor vicio que tenía, junto con la ludopatía y la lobectomía. Era incapaz de estar más de 20 minutos sin un cigarro en la boca, de forma que en ese momento su principal objetivo era comprar tabaco. El estanco más cercano estaba a dos calles, y era tan orgullosa que no se quería dignar a pedir tabaco a cualquier viandante, así que se levantó, vio a un vejete solitario en un banco cercano y le pidió que por favor cuidara a su hijo durante unos minutos.

El anciano se sorprendió, y aceptó el reto con la misma ilusión que si le hubiesen propuesto hacer un viaje a la luna. Total, estaba leyendo por enésima vez El Conde de Montecristo......y sin embargo nunca había cuidado de un niño, pues su mujer, Rosario, era estéril, y aunque él fue putófago, nunca llegó a criar a ninguno de sus 5 hijos bastardos.....pero esto es otra historia.

El vejete asomó su cabeza para ver la carita del bebé, y se encontró a Juan mirándole de reojo como diciéndole "¡Oiga, que el chupete es mío!". Al abuelo le pareció muy tierno lo que vio, y sonrió, pero su sonrisa pasó rápidamente a un gesto de tristeza y amargura. Miró al cielo, luego al niño, y le dedicó estas palabras:

VEJETE
Chaval, ¿cómo te llamas?.....¿Todavía no hablas?......¿Qué edad tienes...tres, cuatro años? Da igual, al menos escucha atentamente lo que te voy a decir. Disfruta el momento, porque estás en la mejor etapa de tu vida. Ya sé que ahora te cagas encima, y eso jode, pero cuando seas adulto serán los demás los que se cagen en ti, y eso jode aún más. No hagas caso a nadie, no te dejes influir por las envidias de los demás. Distingue a los que te quieren de verdad, y nunca los desprecies ni les faltes el respeto. Sé honesto contigo mismo. No esperes de ti lo que sabes que jamás conseguirás, pero no abandones tus ilusiones.
Ama con pasión, no dejes que la madurez acabe con el brillo de tus ojos. Dúchate a diario y lávate los dientes. Recuerda que la boca es tu tarjeta de presentación. Procura no engordar, o follarás menos. Haz deporte, lee libros y nunca dejes que el frutero te engañe. Si quieres dos kilos de peras, que sean dos. ¿Vas pillando lo que te digo?....En cualquier caso, esto que te he dicho no te garantiza la felicidad en tu vida. Así que si en algún momento no puedes más, haz como yo, coge un buen libro, busca un banco a la sombra y déjate llevar por las palabras de un buen ensoñador.
Mira, ahí viene tu madre. Menudo elemento. A mi mujer le vendió quince Tuperwares, tantos que ahora guarda mis calzoncillos en uno de ellos. Abrase visto....

Tuesday, May 16, 2006

6. La Crisis de la Teta Izquierda.

Nada más llegado el crío a su hogar, ya había iniciado la primera crisis institucional de la Familia Fernández: la Crisis de la Teta Izquierda. Concha y su hijo Juan nunca se han llegado a entender. Cada uno ha tenido su forma de ser y de entender la vida, y cuando ha habido conflictos entre ellos siempre se han solucionado en base a quién estaba más inspirado.
En su primera crisis la desventaja en principio era para Juan. ¿Qué podía hacer un pequeño bebé de 25 días teniendo en frente a la number one de las ventas del Tuper? Pues más de lo que uno se puede imaginar. Concha nos cuenta sus impresiones de aquella situación.
CONCHA
Debo reconocer que el niño llegó al mundo sin buscarlo, pero eso no significa que no le tuviera cariño. Lo que pasa es que siempre ha sido un niño muy especial, es así. Mi experiencia con bebés era nula. Siempre he huido de ellos. No, los niños mejor en casas de otros, pero este bebé tenía mis apellidos, mis genes, mi sangre y me gustara o no tenía que criarlo. Siempre intenté darle lo mejor, pero sin vulnerar mis principios. Yo no hago nada con la izquierda, y llegado el momento de la toma me negué en rotundo a darle de la teta susodicha. Y no se pueden ni imaginar cómo se ponía el Juanito.......... Bueno, sí. Imagínense a un perro pequinés protegiendo un hueso, pues igual.
Pero no podía dejar que se saliera con la suya. Así que me dejé llevar por mi mala uva y le di la primera lección al crío. Sin que me viera, remojé el pezón del pecho izquierdo con vinagreta. Luego llegué como si nada y, ante su asombro, me saqué el pecho que él quería. Jamás vi tanta ilusión en un bebé, y jamás tal cara de asco.
JUAN
Sí, efectivamente. La leche del pezón izquierdo estaba asquerosa. Se ve que el bebé-capo me hizo una novatada. Y no sé por qué pero cada vez que tomo ensalada visualizo pezones....

Sunday, May 14, 2006

5. Mi Primer Conflicto con Mamá.

Tras ese espectacular nacimiento en aquel cine de verano, el pequeño Juan fue llevado al hospital, y en pocos días sus padres se lo pudieron llevar a la que sería su hogar, aquel 3º A de esa calle del barrio de Chamberí. Concha y Antonio eran muy dejados, así que cuando llegaron con el bebé el padre quitó unos trastos que tenía en una habitación e instaló allí de mala manera una cuna que le habían dejado sus vecinos. La nueva habitación de Juan no podía ser más triste. No había peluches ni empapelados celestes, tan sólo esa vieja cuna y un armario de la Primera Guerra Mundial.

Concha, con esfuerzo, intentó centrarse en su hijo y dejar de lado sus reuniones de Tuperware y sus citas con las amigas. Pero ese esfuerzo no duró demasiado. Llevaba mucho tiempo haciendo las mismas cosas como para poder dejarlo todo de repente. Y sí, vale, el bebé era mono, pero le absorvía mucho tiempo. Antonio, por su parte, no ayudaba mucho. Cada vez que Concha le demandaba más atención al crío se limitaba a levantar un osito de peluche diciendo "mira, mira" con tono infantiloide, y nada más. Acto seguido seguía leyendo el periódico o viendo la tele, sin fijarse siquiera si el niño miraba o no.

Pero el peor momento del día llegaba cuando Concha intentaba darle el pecho a Juan. No había forma de que el bebé succionara leche y en vez de eso se dedicaba a llorar, gritar y agitar sus pequeños bracitos como podía. Pero mejor que Juan nos cuente qué es lo que ocurría.

JUAN
Las tomas de leche se convirtieron en mi primer conflicto con Mamá. Cuando estaba en la maternidad, en el hospital, el bebé de la cuna de al lado me dio un chivatazo. Me dijo: "Eh, tú, el de la caca amarilla. Chupa de la teta izquierda, que sale mejor leche." Teniendo en cuenta que era el capo del lugar, pues el pobre llevaba allí casi un mes, sus consejos eran casi órdenes para mí, así que desde entonces el pecho izquierdo de mi madre se convirtió en mi obsesión.
El problema llegó cuando a la hora de la toma, mi madre sólo se sacaba el pecho derecho. Claro, yo me negaba, y por eso me dedicaba a gritar, llorar, escupir la leche y morder su pezón, todo con tal de no probar su pecho derecho. Pero claro, mi madre era muy de derechas, así que se negaba a darme el pecho izquierdo, a pesar de que el médico le decía que tenía que darme de ambos, claro. Todo lo que le recordase a la izquierda política lo ignoraba, así que el conflicto llegó a momentos de gran tensión entre ambos.
Mira que yo se lo decía claro, "el izquierdo, Mamá, el izquierdo", pero no me entendía, o se hacía la tonta. Una de mis pocas cualidades es que aún recuerdo el lenguaje de los bebés. Yo sé lo que significa "ajó", de hecho, su significado es hoy en día el secreto mejor guardado del mundo tras la fórmula de la Coca-Cola. Y ahí lo tengo, guardado en mi mente y en el cajón derecho del mueble de mi cuarto, esperando un buen momento para vendérselo a alguna compañía. Y yo entendía perfectamente a mis padres. Mi padre, cada dos por tres gritaba aquello de "¡Ese niño no se calla!". Pero no me dolía, lo decía sin maldad. Y yo realmente le daba motivos.

Thursday, May 04, 2006

4. Juan Fernández: Ese Bebé.

Como ya dijimos anteriormente, el bebé Juan Fernández no fue concebido con intención, con lo cual, la llegada al planeta de los Fernández de este meteorito de 4 kilos y medio afectó considerablemente al ecosistema familiar. Concha y Antonio llevaban una vida parecida a la de los leones y los elefantes en la sabana africana: pasotismo total. Sí, bueno, se querían, pero a su manera. Concha era puro nervio, y Antonio un toro manso, o más bien un koala manso. Sus pocas energías las gastaba en su trabajo, en una oficina de Correos de Guzmán el Bueno. El Bueno de Guzmán, como dicen algunos.
Antonio llegaba a casa, se sentaba en su sofá, se encendía un cigarrillo y ahí se dejaba consumir hasta que llegaba la noche. Concha se ganaba un dinero vendiendo Tuperwares en reuniones de señoras. Era una maestra de las ventas del Tuper, la número uno de Madrid. Las convencía a todas. La pareja pues no llevaba una relación muy pasional que se diga. Pero hay un momento en el que las constelaciones se juntan, el sol eclipsa a la luna, la luna al sol y todo ello hace que las líbidos de Antonio y Concha se encuentren en el mismo camino y en el mismo momento consiguiendo que la tímida llama sexual emerja como volcán en erupción. Después de un año de vacío, se produjo el acto sexual: Juan Fernández fue concebido fruto de un calentón matutino de fin de semana. La vida de una persona originada por un acto casi animal, instintivo, intestinal....El milagro de la vida.
Sí, de malos polvos surgieron sabios y de actos de amor nacieron dictadores. ¿Han pensado alguna vez cómo pudo ser el acto sexual en el que fue engendrado Hitler? ¿Y Mussolini? Seguramente Mamá Hitler rodeó con sus brazos a Papá Hitler, y ambos derrocharon amor, pasión y fluidos durante toda la noche, en aquella cabaña perdida en la Selva Negra, junto a la chimenea. Y al acabar, Mamá Hitler dijo: "Si es niño, llamémosle Adolfo, como tu primo de Polonia". "¿Y si es niña?"-Preguntó él- "Si es niña....Dorotea". Por desgracia salió niño.
Pero no desvariemos, centrémonos en nuestro personaje recién nacido. El bebé Juan Fernández llegó a la casa de sus padres con todos sus poderes adquiridos. "Yo, Juan Fernández, a los 3 días de edad, declaro este apartamento como territorio propio. Los súbditos Concha y Antonio me alimentarán y defenderán. Me bañarán cuando esté sucio y se despertarán cuando llore. Cada tres horas un biberón, cada dos una cagada. Me vestirán, me pasearán, me echarán colonia. Visitaré la iglesia cada domingo y molestaré a los curas con mi llanto. Me llevarán a cafeterías y espantaré a los clientes con mis gritos. Me quitaré el zapato derecho siempre que me lo pongan y escupiré el chupete al suelo siempre que pueda. He Dicho."
Los niños alegran la casa, dicen los solteros. Al menos Juan consiguió revolucionar un hogar tan triste como la sección de lejías de un supermercado.

Thursday, April 27, 2006

3. Dicen Que Nací (y 2)

Juan nos sigue contando sus primeros recuerdos fetales.

JUAN
Tras la fecundación, el siguiente recuerdo que tengo es justo antes del parto. Me encontraba durmiendo plácidamente en el útero materno (en el paterno no cabía) y soñando con las azafatas de la tele cuando de repente un conjunto de chillidos y bamboleos provenientes del exterior me hicieron presagiar que mi nacimiento estaba a punto de ocurrir. Recuerdo que una vez un vejete se acercó a mi madre estando en mi sexto mes de gestación y le preguntó: "Señora, ¿para cuándo la explosión?" Je, je con el vejete. Pues la explosión estaba en camino, y tanto alboroto indicaba que algo extraño ocurría en el más allá. Y no me extraña, sabiendo cómo me fue la vida después, mi nacimiento no podía ser normal, no.
Tras unos instantes de confusión, de repente noté una mano merodeando por la cavidad materna en busca de mi cabeza. Yo entendía perfectamente mi situación, pero no se crean que me apetecía nacer justo ese día, 15 de julio de 1973. Pero a todos nos llega la hora, y qué se le iba a hacer, no somos nadie, estamos en manos de Dios.... Y en ese momento también en manos de un extraño empeñado en sacarme de ahí sí o sí. Y no tardó en hacerme sacar la cabeza. En ese momento abrí un ojo, ¡y lo primero que vi fue el careto de Jerry Lewis! Seguramente soy la única persona en el mundo cuya primera visión fue su cara de tonto, sin contar a sus propios hijos, claro.
Todo tenía su explicación. Mis padres se encontraban en un cine de verano viendo una película de Jerry Lewis y de repente, en mitad de una escena entre Lewis y Dean Martin, ¡zas!, rompió aguas. Y no hubo tiempo de ir a hospitales ni nada. Entre los espectadores había un médico que rápidamente se hizo cargo de la situación, porque siempre hay un médico en la sala, y si no lo hay, alguien se hace pasar por uno. Como suele pasar en esos casos, frunció el ceño, puso cara de responsable y su nivel de liderazgo llegó a extremos envidiables: todos le hacían caso. Todos excepto yo, que no quería nacer.
Lo siguiente que vi fue el bigote de mi padre, y unos ojos que expresaban lo que se le venía encima. Y visto lo visto, lo tuve claro: yo me voy para adentro. En un momento en el que el médico se distrajo, aproveché y volví a meter de nuevo la cabeza dentro. Imagínense el panorama. Una mujer pariendo en un cine de verano con más de cien personas observando ajenas a la película por la que pagaron por ver. Y encima un bebé rebelde aparentemente sin causa. El médico volvió a introducir su mano, pero esa jugada ya me la conocía, así que me escondí entre el intestino y el colon, y a ver quién me sacaba de allí.
Pero al final hay ciertas cosas que tienen que pasar y pasan, y mi destino estaba claro, tenía que nacer. El 15 de julio de 1973, a las 23:05 minutos, nací ante la atenta mirada de cien anónimos, un padre descosido, un médico extasiado y un Jerry Lewis haciendo reir al único espectador que pasó del tema. Y una vez afuera, vi el rostro de mi madre, la figura que más me marcaría en mi vida, la única persona a quien realmente he conocido por dentro. Me dieron una palmadita en el culo y eché a llorar. Así empecé mi etapa post parto, un claro indicio de cómo me iría después.

Tuesday, April 25, 2006

2. Dicen Que Nací

Juan Fernández nació una calurosa noche de verano, en una de esas en las que lo último que le apetece a una mujer es parir. Concepción Fernández, en adelante Concha o "la Madre", no tenía previsto quedarse embarazada. A pesar de que tenía ya 30 años y que llevaba siete de casada, aún no estaba convencida del todo. Su marido, Antonio Fernández, en adelante Antonio o "el Padre", era un funcionario de Correos de los de bigote con muy poca vida social. Tenía 40 años cuando nació su primogénito, y digamos que tampoco buscó la paternidad. Ocurrió como suelen ocurrir estas cosas. El proceso fue el habitual, pero lo destacable de verdad fue el alumbramiento. Así lo cuenta el propio Juan.
JUAN
Mi primer recuerdo infantil es de espermatozoide. Me recuerdo a mí mismo con forma de renacuajo deambulando de un lado para otro con un nerviosismo inusitado, casi como si tuviese sífilis. Mi nivel de conciencia era casi nulo, pero recuerdo con claridad el momento preciso de la fecundación. De repente, en un momento de tranquilidad selvática, en cuestión de segundos una fuerte corriente blanquecina me impulsó a mí y a otros tantos millones de espermatozoides a un lugar desconocido.
Al fondo, muy al fondo, se encontraba una gran circunferencia: el óvulo. Por una razón casi animal, instintiva, todos los espermatozoides sentimos la necesidad de correr hacia él cegados por su orondidad. Los más rápidos dejamos atrás con facilidad a los demás, y pronto fuimos tres los destacados. El de mi izquierda era veloz, pero no tardé en saber que no aguantaría mi ritmo. El de mi derecha, sin embargo, sí que era peligroso.
Los dos mantuvimos una gran lucha. Con una velocidad descomunal nos dirigimos hacia el gran bolón tan atractivo para nosotros, a pesar de que no sabíamos lo que nos esperaba. En un momento de la carrera me equiparé al mismísimo Ben Hur en su carrera de cuádrigas contra Mesala. Los demás espermatozoides, ya rendidos, animaban al uno o al otro, pero sus gritos de ánimo eran casi inaudibles en esas circunstancias. A puntísimo de llegar a la meta, mi contrincante y yo nos miramos a los ojos, y con un guiño nos dijimos mutuamente y con gran compañerismo "que gane el mejor".
Y gané yo. Ha sido la única vez que gané algo. Lástima que no me entregaran ninguna medalla conmemorativa. Costó, pero una vez llegado me introduje en el óvulo atravesando su pared gelatinosa, y ya no recuerdo más hasta el día de mi nacimiento.

Sunday, April 23, 2006

1. Introducción


Madrid, 2006. La ciudad rebosa actividad, frenesí y atascos. Cientos de miles de coches deambulan por sus calles; peatones impacientes esperan su oportunidad mientras los semáforos juguetean intercambiando colores. El azul grisáceo decora su cielo, motores y cláxones agrietan un silencio imposible; es la vida en la gran ciudad.

Millones de anónimos pululan en Madrid. Miles de oficinistas, miles de pensionistas, cientos de carteristas esperando el despiste ajeno. Cafeterías llenas de hambrientos, barverías con calvos y viejos en el cine, primera sesión. Niños que gritan, perros que cagan, muchas parejas haciendo el amor, demasiada gente sola.

Imaginemos una gran lupa en el cielo de Madrid. La ciudad empequeñecida cual hormiguero silvestre, y el gran cristal buscando a alguien entre el gentío, alguien a quien observar y seguir. ¿Quién merece ser estudiado? ¿Científicos becados? ¿Bomberos en acción? ¿Políticos corruptos? ¿O uno de esos perros cagadores? La mano que sujeta la lupa toma una decisión: nada de héroes, nada de aventureros con historias que contar. La lupa elige a un hombre apocado, invisible entre los visibles, porque quien más tiene que contar es aquel que jamás ha contado nada. Historias vírgenes, hambrientas de palabras, es lo que busca la lupa. Y lo localiza en pleno barrio de Chamberí, caminando por una de sus populosas calles, sin rumbo definido y sin nadie que le espere en casa. Se llama Juan Fernández, y esta es su historia, la historia de un hombre penoso.