Wednesday, November 07, 2007

24. La Llegada De Rogelio

El día que Juanito cumplió los nueve años de existencia en su peculiar vida, en el cine de verano proyectaron "Kramer contra Kramer". El niño lloró a moco perdido, quizás por la emotividad de las lacrimógenas escenas, y también un poco por ver representado en Dustin Hoffman al padre que no pudo criarle por su pronto fallecimiento. Al finalizar la proyección, como siempre, Juanito tuvo que apagar las velas de la tarta que hicieron en su honor. Aquel año el cine se llenó, y casi todos se quedaron para saborear la tarta que por fin había dejado de hacer Doña Enriqueta, la mujer del proyeccionista, ya que le habían diagnosticado diabetes y se negaba a cocinar algo que no pudiera comer, cosa que agradecieron todos.
Pero el pequeño Juan llegó cabizbajo a casa. Batalla le preguntó que qué narices le ocurría, pero él no respondió, porque era lo suficientemente mayor como para comprender que no es de cuerdos mantener conversaciones con los perros. Juan nos explica qué le ocurría esa noche.

JUAN
Aquella película me conmocionó. Ver a ese padre tan dispuesto por criar a su hijo a pesar de las adversidades creó en mí un hueco abismal en mi vida interior: necesitaba rellenar el vacío que dejó mi padre. El carácter de mi madre no era suficiente para insuflar en mí ese porcentaje de masculinidad que hacía falta en mi desarrollo como persona. Mi madre no tuvo novios en su viudez; estaba demasiado ocupada en mantener su puesto de number one como tuperwoman como para ir pensando en ligues y mocerías.... Tampoco pensó en mí; no quiso buscar un hombre que ejerciera de padre. Pero esa lloriquera que me entró tras ver Kramer Contra Kramer le hizo darse cuenta de que efectivamente una presencia masculina en mi casa podía ser beneficioso para mí.
CONCHA
Pensé que sí que era verdad que yo no era capaz de transmitir a mi hijo ese toque masculino que mi hijo añoraba. Así que me puse a pensar en candidatos a ocupar ese hueco. Y oiga, ese hombre no tenía por qué ocupar otros huecos, no sé si me entiende.... Podría ser un vecino, un respetable abuelo del parque, ¡incluso el cura! Pero entonces me acordé de Rogelio, mi primo de Cádiz. Hacía muchísimo tiempo que no sabía de él, pero mi tía Angustias me pidió hace años que Rogelio deseaba vivir en Madrid, aunque no tenía ni una mísera peseta, y si le recogíamos en mi casa, le ayudaría a empezar en la capital a la par que daría una compañía masculina a mi hijo.
Así que escribí a mi tía Angustias invitando al primo a ocupar la habitación que estaba vacía. Recordaba al primo como un chico recatado, con aspecto pusilánime, muy poca cosa. Bien pensado, no tenía muy claro que fuese la persona adecuada para completar la educación de mi hijo, pero era el único hombre que conocía con ciertas garantías de que no acabara violándome, así que me arriesgué y me decanté por él.
Fue llamarle y dejarlo él todo para venirse a vivir a Madrid. Dejó incluso a su novia de toda la vida de Cádiz, porque decía que esa chica no iba a ser feliz en la capital, pero.... la verdad era que el auténtico amor de su vida vivía en Madrid, y él estaba dispuesto a hacer todo lo posible por conquistarla, ¡a pesar de que estaba casada con un banquero y tenía cuatro hijos! Pobre iluso.... Pero a mí eso me daba igual, siempre que aportara algún dinero a la casa y se ocupara de parte de la educación de mi hijo. El primer encargo que le hice fue su educación sexual....
JUAN
De repente vino a vivir a casa un tío de casi treinta años, al cual no conocía ni en fotos, y al segundo día de llegar me ve sentado en el sofá de casa mientras veía a los payasos de la tele y me lanza una revista, y me dice: "Toma niño, échale una ojeada y aprenderás todo lo que necesitas sobre el sexo". Era la revista Private, y venía un especial sobre "Garganta Profunda". Con los ojos más abiertos del mundo fui mirando las fotos página a página y al llegar a la 23 mi estómago no pudo más y fui directo al baño a vomitar todo lo que había cenado la noche anterior. Mi madre vio la revista que había causado mi indigestión y esa noche mi tío Rogelio durmió en la Pensión Doña Pepita. Al día siguiente volvió a casa tras suplicar a mi madre durante horas, y bajo promesa de no volver a decir, hablar, comentar, mostrar, hacer, y enseñar nada referido al sexo mientras viviera bajo sus techos. Y así fue.

Friday, July 27, 2007

23. El Cumpleaños De Pepito.

A la tierna edad de ocho años, Pepito cumplió ocho años. El enemigo eterno de Juanito daba un paso más hacia la madurez y su madre quería celebrarlo con una gran fiesta en su casa. A tal evento irían niños de todos los rincones de Chamberí, incluso niños de Cuatro Caminos y del Colegio de Nuestra Señora del Buen Consejo, en cuya fachada faltaba siempre misteriosamente la "s" de la última palabra. Irían unos 20 ó 30 niños incluido Juanito, mal que le pesara al del cumpleaños.

Susana, la madre de Pepito, lo tenía todo previsto: habría refrescos, galletas, globos de colores, Sugus de Suchard y una gran piñata. Mientras tanto, en su casa, Juanito rebuznaba con impotencia ante la obligación de acudir a la fiesta de su feo vecino. Concha, como buena diplomática, sabía de la importancia de dicho evento. Mientras los niños disfrutaban de la celebración en casa del homenajeado, las madres se reunirían en su casa para celebrar una reunión de Tupperwares; de forma que nada podía enturbiar el pepitil acontecimiento.

Horas antes, madre e hijo se acercaron al Corte Inglés para buscar un regalo. Juanito sugería todo tipo de objetos ridículos e inservibles, como un cepillo para la espalda o unas muñecas rusas, pero Concha se decantó por un juego de dardos. Por unos segundos, el niño se imaginó a sí mismo atado frente a la diana y al vil Pepito ajustando su puntería para clavarle el dardo en la punta de su nariz.... Acto seguido, Juan vomitó encima de una dependienta, y en quince años no volvió a pisar la sección de juguetería del Corte Inglés de Chamberí.

A las seis en punto, una fila de niños repeinados esperaban tras la puerta de entrada a la casa. Al abrir el niño, todos gritaron al unísono: "¡¡Felicidades, Pepito!!" Y entraron todos corriendo como vándalos en busca de las medias noches, caramelos y coca-colas que les esperaban en lo alto de la mesa de la cocina. Para estas cosas, Susana era muy imaginativa. Inventaba juegos para los críos para que en ningún momento se aburriesen. En una de éstas, ella se colocó junto a la puerta de la cocina con una cesta llena de sugus, y los niños debían correr alrededor de la casa siguiendo un circuito hecho con globos, y cada vez que pasaban por la puerta, Susana les daba un sugus y una palmadita en el culo, y a seguir corriendo. Luego, cuando ya estaban cansados, les hizo sentar en el suelo y se puso a imitar animales que los niños debían adivinar.

Mientras tanto, las madres estaban en casa de Concha en plena reunión tupper. Y mientras.... ¿Qué hacía Batalla? El perro de los Fernández no dudó en aprovechar la confusión del momento para hacer realidad sus sueños más húmedos.... ¡beneficiarse a Lilí, la perra San Bernardo del Primero B! Y en ese piso se encontraban los canes, mirándose melosos después de beberse un par de tequilas con limón y sal y decirse tres cosas bonitas al oído, así, susurradas.... Pero poco les duró el romanticismo, porque la pasión les desbordó como a lobeznos, y pronto adoptaron la postura del misionero.... hasta que observaron que era una postura inservible siendo perros, con lo cual adoptaron la posición "a lo perro", más propio de ellos. Y cómo se les cambió la cara cuando obervaron que un schnautzer miniatura era incapaz de alcanzar el fruto de los dioses de una perra San Bernardo, por mucho que lo intentara.

La frustración llevó a Batalla incluso a usar una caja de zapatos para elevar el pubis, pero.... resultó imposible. ¡Su gozo en un pozo! ¡Su pasión inmaterializada! ¡Se acabó lo que se daba! Ella le dio un besito en la frente y trató de consolarle pero, básicamente, Batalla estaba hundido en la miseria moral más absoluta. Cabizbajo retornó a su casa, encendió la tele, y se puso a ver los dibujitos mientras bebía un martini bien fresco.

Mientras, en casa de Pepito llegó el momento culmen de la fiesta. Del techo colgaba una gran piñata. Susana le tapaba los ojos a su hijo con un pañuelo negro, mientras todos los niños esperaban expectantes a que los miles de caramelos salieran dispersos de la piñata tras un golpe crucial de Pepito. Pero el vil niño se guardaba un as en la manga. Previamente, había hecho un pequeño agujero al pañuelo negro, pero no precisamente con la intención de dar un golpe certero a la piñata, sino para buscar a Juanito entre la multitud de niños y dar unos cuantos palazos. Cuando Susana gritó ¡yaaa!, Pepito ya había localizado a Juan a su derecha, y empezó a dar palazos buscando su blanco perfecto. Los niños empezaron a correr despavoridos y Juanito intentaba evitar los golpes de Pepito esquivándolos como podía. Susana, enfurecida con su hijo, no paraba de gritar que dejara de comportarse como un troglodita, y que le diese a la piñata de una puñetera vez, pero no había manera. La manada de niños abrieron la puerta de la casa y salieron de allí entre chillidos y aullidos, y sus madres, al oír semejante follón, salieron también despavoridas de casa de Concha, convirtiéndose aquella situación en un acto propio del hundimiento del Titanic.

Por supuesto, algunas madres aprovecharon el caos para hacerse con algún tupper sin pagarlo, y aquello supuso un enfrentamiento cruel entre Concha y Susana durante un largo tiempo. Pepito fue castigado durante un mes, y en compensación, susana le regaló a Juanito el contenido de la piñata que nunca llegó a estallar. El pequeño Juan comió tantos caramelos esa semana, que cogió una buena empachera, y durante 20 años jamás volvió a comerse un caramelo, ni siquiera un Pictolín.

Wednesday, May 23, 2007

22. Salvador, Un Amigo.

En el verano del 80, Juan cumplió siete años. Aquella noche, en el cine de verano, la celebración de su cumpleaños fue si cabe más triste de lo habitual: el Doctor Gutiérrez, el médico que le ayudó a nacer, acababa de morir. Él fue el que todos los años se encargaba de los preparativos para el cumpleaños del niño, y quien elegía la película a ver. En esa ocasión, hubo que improvisar y se tiró de la primera película que encontraron: ORDET, de Theodore Dreyer. Ni que decir tiene que el niño sufrió las secuelas durante todo el verano.
Pero aquel verano del 80 ocurrió algo muy importante en la vida de Juanito.
JUAN
Una tarde tediosa de verano, mi madre me llevó a la piscina del Canal de Isabel II. Ahí iba yo, con mis siete años y mi gordura sobredimensionada de la mano de mi madre. Me encantaría decir que acoplamos las toallas en el frondoso y verdoso césped, pero es que no fue así. Nos tuvimos que conformar con el único metro cuadrado libre del duro y rojizo suelo. Una marea humana poblaba aquel oasis en medio de la civilizada Chamberí. Aunque, según el alto nivel sonoro producido por los salvajes chichidos infantiles, estábamos más cerca de Sodoma que del Edén.
Mi madre debió de darse cuenta de que yo era el único niño que no chillaba, y que no lo hacía porque estaba solo y no tenía a nadie con quien gritar. Así que decidió acabar con la situación y buscarme un amiguito. Cual periscopio submarinesco, su cuello empezó a girar de un lado a otro buscando no un puerto donde atracar, sino a mi alma gemela; aunque se conformaba con alguien que aguantara dos horitas y así poder ella relajarse.
De repente, sus ojos hallaron un objetivo: un niño jugando solo con los cubos y las palas. Mi madre me cogió de la mano y me llevó hacia él:
- Hola niño, ¿cómo te llamas?- preguntó mi madre.
- Salvadorcito, pero mi abuela me llama Salvador.
- Mira Juan- dijo mi madre- éste es Salvador, y es como tú.
Y se fue. Y el niño y yo nos quedamos mirándonos con extrañeza. Y en mi cabeza retumbaba una única cuestión: ¿Qué quiso decir mi madre con aquello de "y es como tú"? ¿Cómo yo de chico? ¿Como yo de tonto? ¿Como yo de gordo? Efectivamente, él era tan gordito como yo, y quizás pensó que me hacía un favor uniéndome a otro niño obeso. Lo que no pudo imaginarse jamás mi madre era que ese niño gordo adelgazó todos esos kilos a los 15 años, que se apuntó a un gimnasio, que musculó su cuerpo como las estrellas de cine y que se convirtió en el ser más envidiado por mí. Y para más inri, Salvadorcito se convirtió en mi mejor amigo.

Wednesday, April 25, 2007

21. Concha VERSUS Señora de Cuenca.


La super tupperwoman Concha pasó una de sus mayores crisis profesionales en el otoño del 79. Su nivel de ventas bajó considerablemente, y en Cuenca una señora estaba a punto de quitarle el liderazgo que durante tantos años defendió. Concha se mostraba angustiada esos días, incluso llegó a hacer una muñeca budú de la señora de Cuenca usando una antigua muñeca Señorita Pepis. Ya no se trataba sólo de mantener la buena salud de la economía doméstica, sino más bien de cuidar su status dentro de la firma de tiestos de plástico.


Para conseguir acabar el mes como líder indiscutible, necesitaba conseguir una gran venta en el último día de octubre. Concha se acercó al cajón donde guarda sus papeles importantes y cogió una pequeña libreta donde se podía leer: Clientes Vips. Abrió la libreta en la página de la "C", y allí aparecía un único nombre: "Doña Carmen".


Doña Carmen era una señora de 59 años adinerada y recién enviudada, madre de dos hijos varones y reina y señora de un edificio de Chamberí. Sólo ella, con un poco de picardía, podía ser la clienta idónea para realizar una compra sustancial. Comprobó que la última vez que compró tuppers fue un año antes, con lo cual la super venta era posible. Concha pasó la mañana entera planificando la acción de venta. Al acabar, sobre la mesa del salón había tal cantidad de papeles, planos, mapas, facturas, folletos, indicaciones y códigos que parecía que Churchill, Roosevelt y Stalin acababan de planificar allí el Desembarco de Normandía.


Durante años, Concha había estudiado al milímetro la personalidad de Doña Carmen, y sabía que su punto débil era la inocencia infantil. Allá donde un crío lloraba, allá Doña Carmen aparecía como de la nada para evitar la lágrima del imberbe. Entonces se acordó del pequeño Juan. "Mira por dónde, el crío este me va a servir para algo", dijo la madre para ella misma.


Concertó entonces una cita con Doña Carmen, a las 4 de la tarde. En ese momento eran las 12 del mediodía, y la madre se fue corriendo al colegio a recoger a su cómplice Juanito: tenía que ensayar con él el plan de venta. Se inventó una excusa para sacar al crío de las clases: "Mire usted, es que el otro día le mordió una rata y le tienen que poner la inyección del tétano." La excusa coló, y a las 12:30 ya estaban en el salón de la casa dispuestos a planificar todo. Batalla contemplaba la situación con entusiasmo, mientras que Juanito no hacía más que buscarse el mordisco de la rata, pues aún era demasiado inocente como para pillar la mentira de la madre.


Concha empezó a hablar: "Escucha atento, Juanito, escucha atento, si es que no quieres comer piedras, porque me juego mucho en ésta operación de venta. El objetivo es Doña Carmen, la reinona de Chamberí. ¿Ves todo ese lote de tuppers? ¡Pues hay que lograr colocárselos todos! Si lo consigo, mi puesto de número uno quedará inmune, porque me consta que la señora de Cuenca se ha cogido un gripazo de órdago. Entonces tu labor es la siguiente...."


Juan le escuchó con toda la atención del mundo, consciente de lo que la unidad familiar se jugaba, y sobre todo él, ya que soportar a su madre humillada y ofendida era francamente inaguantable. El pequeño aceptó el desafío, aunque con un único requisito: una recompensa. "Pero mamá, si ganamos, me compensas llevándome a un cine de Gran Vía, que estoy harto del cine de verano, como te sale gratis...." La madre lo aceptó. "Si ganamos, te llevo al cine Callao, que allí iba con tu padre a hacernos manitas....¡Uyyy!"


Llegó la hora H, el minuto M, el segundo S, y sonó el timbre T de la puerta P. Era Doña Carmen con todo su moño. Madre e hijo se miraron, suspiraron para espantar los nervios y abrieron la puerta. Sobre la mesa de la salita, un juego de tuppers de última generación en colores beige y blanco. Concha preparó también un té y unas pastitas caseras para agasajar a la reinona. Y tras la merienda, comenzó su exposición de venta que tanto dominaba. Doña Carmen iba respondiendo bien, aunque con la frialdad que le caracterizaba. No era ella amiga de las grandes muestras de cariño, sobre todo cuando había dinero de por medio. Tenía ese complejo de los ricos, ese que les hace desconfiar de todos los mortales pensando que la amabilidad hacia ella se debía únicamente a la posibilidad de sacarle los duros. En este caso, así era, pero al menos ella se llevaría a casa un surtido variado de fiambreras de máxima calidad.


Hasta ese momento el plan de venta no variaba del plan standar. Pero, de repente, Concha simuló una pequeña indisposición gástrica y se excusó para dirigirse al baño. Al salir de la salita, la madre guiñó un ojo desde el pasillo a Juanito para darle a entender que ahora le tocaba a él. El hijo se encontraba en el sofá bien quieto hasta ese momento, intentando no despistarse para hacer su papel como es debido.


Pero, mientras tanto, algo se cocía en Cuenca. La señora tupper de allí pagó a una vecina de Concha para que le avisara ante cualquier movimiento extraño. La llegada de Doña Carmen fue notificada, de forma que a pesar de tener casi cuarenta grados de fiebre, se fue arreando hacia la casa de su cliente estrella, porque según sus palabras, "no voy a aguantar que la bruja esa me quite el primer puesto en el último momento".


En Madrid, Juan se encontraba en el momento clave, le tocaba a él decantar la moneda hacia su madre. Estando a solas con la reinona, el pequeño inició su monólogo:


"Zeñora, po favó, zeñora. Compre las fiambreras a mi madre, po favó, cómprelas. Estamo pazando un momento angustioso. Mi padre murió y desde entonces no damo pie con bola. Los tupper es lo único que tiene mi madre pa darme de comé. Y desde que murió Franco no zabemo qué pasa que las zeñora como que no compran tanto. Haga er favó de comprarlos. Mire, mire - Juan se levanta y empieza a mojar el pantalón - zeñora, hasta pipí me hago de la pena que llevo..."


En ese momento, Doña Carmen se levantó angustiada, sacó de su bolso mil pesetas, las dejó sobre la mesa y se fue de la casa llevándose todos los tuppers como pudo, sin esperar si quiera a Concha; la cual, salió del baño dando saltos de alegría uniéndose a su hijo en un éxtasis fiambrérico nunca visto en Chamberí; y menos aún en Cuenca, donde, por cierto, la señora no pudo vender ni una fiambrera, pues llegó a la casa de la clienta en tal estado que en mitad de la explicación vomitó encima de los tupper y claro, la señora como que no lo veía claro.


Juan enorgulleció a su madre y ésta le recompensó con una tarde de cine en el cine Callao. Vieron Campeón, y ambos lloraron a más no poder.




Sunday, April 01, 2007

20. La Vida Sentimental de Batalla.

Muchas veces no nos paramos a pensar en personas o cosas que están cerca de nosotros, quizás porque la cotidianidad nos nubla la vista, quizás porque andamos ocupados, o más probablemente porque no nos interesa lo más mínimo la vida interior de quienes nos rodean. Batalla, el fiel perro de Juan, lleva ya un año y medio en la vida del pequeño, y bien poco sabemos de él. ¿Cuáles son sus sentimientos? ¿Está satisfecho con su existencia? ¿Es gay? Según un reciente estudio de la Universidad de Massachuset, uno de cada veinte perros es gay, y un 100% es zoofílico. Pero no, nuestro Batalla es un perro hetero, es más, lleva toda su vida enamorado platónicamente de Tana, una perra San Bernardo de la vecina del primero B.

Pero Batalla, a pesar de la fiereza que despliega ante la presencia de Pepito, es en realidad un ser débil de espíritu, apocado, dado a los lloros en privado y a la bipolaridad. El can de Juan es el más pequeño de una camada de cinco criaturas. Ya desde su nacimiento tuvo una vida difícil, pues su madre nació sólo con cuatro tetillas, con lo cual una de las crías se quedaba siempre sin mamar, y solía tocarle a él por ser el benjamín. El hermano de en medio propuso hacer algo así como el juego de las sillas, de forma que todos los cachorrillos debían danzar rodeando a su madre y al cese de la música debían correr raudos hacia los pezones. Quien se quedase sin tetilla, se quedaba sin comer. Pero esta idea fue rechazada de pleno por los otros tres hermanos y la abstención de Batalla.

Al poco tiempo de nacer, Batalla tuvo que soportar otro trago amargo en su vida. Su dueña, la presentadora de televisión, se equivocó de sexo y a la hora de inscribir al cachorro en su tarjeta de pedigree le llamó "Melania", lo cual le convirtió en el hazme reir de todo el barrio durante un buen tiempo. Los demás perros le piropeaban como si se tratara de una dulce hembra entre risas y ladridos. Y toda esta crueldad perruna melló en su carácter... y en su relación con las perras.

Batalla llevaba no más de un mes en casa de los Fernández cuando la vecina del Primero B se hizo con una pequeña perra San Bernardo. Se llamaba Lili, en honor a Lili Marlen. Batalla y Lili se conocieron en el ascensor, pero la conversación no dio para mucho porque viviendo Lili en un primer piso, el trayecto no daba casi ni para hablar del tiempo. De vez en cuando sus dueños les sacaban por el parque, y después de hacer sus respectivas necesidades solían dedicarse un tiempo a olerse, pero Tana mostraba su actitud altiva de fémina refinada y se alejaba de Batalla como dando saltitos, lo cual el perrito lo interpretaba como una clara negativa a sus insinuaciones.

El tiempo pasaba y Batalla se hizo ya un perro en edad de merecer. Un día, una clienta de Concha que tenía una perrita schnauzer, le propuso un apareamiento. A cambio, la clienta le compraba un juego de seis tuppers. Concha no se lo pensó dos veces, y no tardó en concretar la hora y el sitio. El lugar convenido: la fría cocina de la señora; la hora: las once de la noche del 13 de octubre. La forzada pareja debía pasar la noche allí encerrada con la sana intención de llegar al menos a una copulación. La perrita, Curra, no le recibió muy cordial que digamos. "Si crees que vas a pasar una noche de sexo desenfrenado estás muy equivocado, ¿eh? Ya sé que en la nevera hay mantequilla, pero si te da por creerte Marlon Brando más vale que te lo pienses o serás el primer perro eunuco".

¡Guau! Batalla se quedó de piedra. Al otro lado de la ventana, las dos señoras les miraban con una mezcla de dulzura y picardía. ¡Sus perros iban a perder su virginidad delante de sus narices! Pero el tiempo pasaba y en aquella cocina lo único que se cocía era un par de coliflores. Batalla no dejaba de olisquear e intentar acercarse a la perrita, pero ella parecía transformarse en Alien al mínimo contacto. La único obsesión de Batalla era cumplir como machito, pues el desliz de su nombre femenino le creó una fama de mariposón que él quería eliminar de inmediato. Y no porque tuviese algo contra los gays. De hecho, algunos de sus mejores amigos lo eran. Pero necesitaba tener una imagen de perro macho si quería tener opciones con Tana. Así que se acercó a Curra y le dijo bien claro: "Nena, nos han encerrado aquí para procrear. Sabes bien que nos mantendrán encerrados aquí noche tras noche hasta que nos vean pegados. Así que tenemos dos opciones: o estamos persiguiéndonos como el perro y el gato oliendo a coliflores sin parar o lo hacemos de una vez por todas dejando el pabellón bien alto. Tú decides".

Curra pareció no pensárselo demasiado. Al final aceptó, y mientras los perros yacían, las dos señoras se reían al otro lado de la ventana, y la dueña de Curra le dijo a Concha: "¿Lo ves? El truco de las coliflores cociéndose es mano de santo. Ya puedes ir preparando el lote de tuppers, que tu perro está cumpliendo como un campeón. ¡Si hasta parece que se ha leido el Kamasutra!"

Y dicho eso, las señoras se fueron a tomar el té, mientras los perros permanecieron enganchados un buen rato con cara de circunstancias. Porque a ver qué cara se pone si no cuando dos seres se quedan enganchados por semejante parte mirando cada uno al otro lado esperando a que la cosa se desenganche....

Friday, March 23, 2007

19. Bellota Gorda.

El paso de la guardería al colegio es para todo niño un salto generacional con grandes consecuencias. En el momento en el que pisan por primera vez el colegio dejan de ser los enanos del barrio, para convertirse en los "menos enanos del barrio". Juan entró, a pesar de todo, llorando a su nuevo hogar estudiantil, como hacen la mayoría de los peques. Pero nadie le consoló en su trayecto por aquella jauría humana donde los niños mayores, los de seis años, se ensañaban con un pobre niño gordito. Bueno, gordo gordo no estaba realmente, pero... digamos que alrededor de su cintura había una gran circunferencia. Y fruto de esa sensación de niño gordo, Juan pasó algún que otro apuro....


JUAN
Tenía yo cinco años, recién ascendido a la E.G.B. Era un niño gordito más bien solitario entre tanto extraño. En la guardería debí de perderme las clases de empatía y relaciones sociales, y quizás por eso me costaba hacer amigos. Para mí los demás niños no eran niños, sino seres extraños de compleja personalidad. Animales asilvestrados que gozaban con la humillación ajena, gente competitiva que se sentían héroes por ser el que más corría, el que más chillaba, el que más pegaba. A los pocos días dejaron de llamarme Juan y me bautizaron como "Bellota Gorda". Era perseguido por el patio al ritmo de un cántico compuesto por uno de los mafiosos de la clase: Alfonsito. No es que fuera una gran pieza musical, pero destacaba por su capacidad de síntesis, unido a una melodía pegadiza:
Bellota Gorda,
Cómete la torta.
Bellota Gorda,
Eres una gorda.
ALFONSO GONZÁLEZ ORTIZ (ALFONSITO)
Recuerdo esa melodía. Surgió en mi cabeza como de la nada. La tarde anterior estaba viendo unos dibujos animados en la tele y una ardilla le decía a otra: "Mira qué bellota gorda". Y por alguna razón, en ese momento se me vino a la mente Bellota Gorda....quiero decir.... Juan. Cogí el piano de mi padre y en seguida compuse la melodía. Fue un éxito en el colegio. Gracias a esa popularidad di mi primer beso en la mejilla a una niña.
JUAN
Pero ese mote no llegó a hundirme. Lo acepté como algo natural. Si el recreo duraba media hora, sabía que cinco minutos iban destinados a los insultos. Luego se aburrían y se iban a jugar. Entonces yo aprovechaba y me acercaba a la cantina a comprar regaliz y gusanitos. Mi madre me daba todos los días tres pesetas, y si algún día se le olvidaba, se lo pedía a Sebastián Contreras, el más rico del colegio. Era tan rico como usurero. Recuerdo que el último día de clase en COU, con 17 años, se me acercó y me dijo: "Juan, toma, la factura. Son 960 pesetas, intereses incluidos". ¡Había ido apuntando todo lo que me prestaba desde 1º de E.G.B.! Hoy en día es consejero delegado de un banco muy importante, el más joven consejero delegado de un banco muy importante.

Tuesday, February 06, 2007

18. El Amargo Aliento del Borracho de Bar.

A la tierna edad de cinco años, Juan se dio un porrazo con la dura realidad, con los sinsabores de la traición: su aliado Cristobalito hizo honor a su viejo apodo de bebé-capo y, con la excusa de ingresar el dinero recaudado con el show en un fondo de inversiones.... se fugó con las ganancias rumbo a un pais desconocido, posiblemente en la mesopotamia oceánica. Y de esta forma, el pequeño Juan se quedó más frágil que nunca ante las adversidades que se le presentaban. En plena batalla con Pepito, el operativo ideado por el tandem no tenía nigún fundamento sin una base económica sólida.

Entristecido por su nuevo varapalo, Juan decidió ir al bar de debajo de su casa y pedir con toda la amargura que pudiese un buen vaso de leche. Como pudo se sentó en el asiento de la barra, puso mueca de fracasado, de indiferencia hacia la vida, y blanqueó su mente como hacen los borrachos. En ese momento, un hombre de unos cuarenta años entró en el bar y se sentó junto al pequeño. Su imagen no era muy diferente al de Juanito: su boca contagiaba su tristeza a los presentes, y sus labios secos y arrugados aclamaban su dependencia al tabaco. Ojeó un diario deportivo, pero rápidamente lo apartó con desmesura, como si hubiese comprobado que su equipo de siempre volvió a perder. Entonces, se fijó en Juan y en su vaso de leche, y comenzó a hablar.

CUARENTÓN
Eh, tú, chaval, ¿Qué haces aquí solo? Y bebiendo leche... haces bien. Si me hubiese dado por la leche la vida me habría ido mejor. ¿Estás casado? ¿No? Te diré una cosa, sigue así. Mantente independiente. No tienes que hacer algo sólo porque la humanidad lleve siglos haciéndolo. Es como si nos obligasen a emparejarnos de por vida, a ser esclavos de un trabajo y llegar a casa por las noches... a morir cada día. Nooo, no te cases chico, no a no ser que realmente estés enamorado, a no ser que sepas con toda seguridad que quieres compartir tu vida con la persona que duerme a tu lado...
Mírame. ¿Qué ves? Un hombre acabado, ¿verdad? Un hombre que no tiene más que hacer que compartir sus penas con el primero que se deje en el bar de turno. Todas las tardes, antes de anochecer, me acerco a un bar, entro con toda mi tristeza y dejo que mis penas establezcan su propia jerarquía de prioridades. Un suspiro, un lamento, un trago más... cualquier cosa que me devuelva un poco de vida, algo que me ayude a llegar a casa con dignidad. Pero luego abro la puerta... y mi dignidad se hace añicos.
Cuando muera, el único que me echará de menos será la botella de whisky. Ni siquiera el camarero de turno. Para ellos, yo sólo soy un borracho más, y si dejo de venir, mi hueco lo ocupará otro desgraciado como yo, otro hombre sin rostro ni futuro... Tan solo somos un aliento con mal olor, una mirada perdida y una mano temblorosa que abraza el vaso como el moribundo a su último suspiro.
¡Ja,ja,ja! "Su propia jerarquía de prioridades", a veces me sorprendo a mí mismo. Bueno muchacho. Sigue con tu leche, y siempre que te encuentres en una situación penosa, acuérdate de mí. Quizás eso te sirva a enderezar tu vida...