Wednesday, April 25, 2007

21. Concha VERSUS Señora de Cuenca.


La super tupperwoman Concha pasó una de sus mayores crisis profesionales en el otoño del 79. Su nivel de ventas bajó considerablemente, y en Cuenca una señora estaba a punto de quitarle el liderazgo que durante tantos años defendió. Concha se mostraba angustiada esos días, incluso llegó a hacer una muñeca budú de la señora de Cuenca usando una antigua muñeca Señorita Pepis. Ya no se trataba sólo de mantener la buena salud de la economía doméstica, sino más bien de cuidar su status dentro de la firma de tiestos de plástico.


Para conseguir acabar el mes como líder indiscutible, necesitaba conseguir una gran venta en el último día de octubre. Concha se acercó al cajón donde guarda sus papeles importantes y cogió una pequeña libreta donde se podía leer: Clientes Vips. Abrió la libreta en la página de la "C", y allí aparecía un único nombre: "Doña Carmen".


Doña Carmen era una señora de 59 años adinerada y recién enviudada, madre de dos hijos varones y reina y señora de un edificio de Chamberí. Sólo ella, con un poco de picardía, podía ser la clienta idónea para realizar una compra sustancial. Comprobó que la última vez que compró tuppers fue un año antes, con lo cual la super venta era posible. Concha pasó la mañana entera planificando la acción de venta. Al acabar, sobre la mesa del salón había tal cantidad de papeles, planos, mapas, facturas, folletos, indicaciones y códigos que parecía que Churchill, Roosevelt y Stalin acababan de planificar allí el Desembarco de Normandía.


Durante años, Concha había estudiado al milímetro la personalidad de Doña Carmen, y sabía que su punto débil era la inocencia infantil. Allá donde un crío lloraba, allá Doña Carmen aparecía como de la nada para evitar la lágrima del imberbe. Entonces se acordó del pequeño Juan. "Mira por dónde, el crío este me va a servir para algo", dijo la madre para ella misma.


Concertó entonces una cita con Doña Carmen, a las 4 de la tarde. En ese momento eran las 12 del mediodía, y la madre se fue corriendo al colegio a recoger a su cómplice Juanito: tenía que ensayar con él el plan de venta. Se inventó una excusa para sacar al crío de las clases: "Mire usted, es que el otro día le mordió una rata y le tienen que poner la inyección del tétano." La excusa coló, y a las 12:30 ya estaban en el salón de la casa dispuestos a planificar todo. Batalla contemplaba la situación con entusiasmo, mientras que Juanito no hacía más que buscarse el mordisco de la rata, pues aún era demasiado inocente como para pillar la mentira de la madre.


Concha empezó a hablar: "Escucha atento, Juanito, escucha atento, si es que no quieres comer piedras, porque me juego mucho en ésta operación de venta. El objetivo es Doña Carmen, la reinona de Chamberí. ¿Ves todo ese lote de tuppers? ¡Pues hay que lograr colocárselos todos! Si lo consigo, mi puesto de número uno quedará inmune, porque me consta que la señora de Cuenca se ha cogido un gripazo de órdago. Entonces tu labor es la siguiente...."


Juan le escuchó con toda la atención del mundo, consciente de lo que la unidad familiar se jugaba, y sobre todo él, ya que soportar a su madre humillada y ofendida era francamente inaguantable. El pequeño aceptó el desafío, aunque con un único requisito: una recompensa. "Pero mamá, si ganamos, me compensas llevándome a un cine de Gran Vía, que estoy harto del cine de verano, como te sale gratis...." La madre lo aceptó. "Si ganamos, te llevo al cine Callao, que allí iba con tu padre a hacernos manitas....¡Uyyy!"


Llegó la hora H, el minuto M, el segundo S, y sonó el timbre T de la puerta P. Era Doña Carmen con todo su moño. Madre e hijo se miraron, suspiraron para espantar los nervios y abrieron la puerta. Sobre la mesa de la salita, un juego de tuppers de última generación en colores beige y blanco. Concha preparó también un té y unas pastitas caseras para agasajar a la reinona. Y tras la merienda, comenzó su exposición de venta que tanto dominaba. Doña Carmen iba respondiendo bien, aunque con la frialdad que le caracterizaba. No era ella amiga de las grandes muestras de cariño, sobre todo cuando había dinero de por medio. Tenía ese complejo de los ricos, ese que les hace desconfiar de todos los mortales pensando que la amabilidad hacia ella se debía únicamente a la posibilidad de sacarle los duros. En este caso, así era, pero al menos ella se llevaría a casa un surtido variado de fiambreras de máxima calidad.


Hasta ese momento el plan de venta no variaba del plan standar. Pero, de repente, Concha simuló una pequeña indisposición gástrica y se excusó para dirigirse al baño. Al salir de la salita, la madre guiñó un ojo desde el pasillo a Juanito para darle a entender que ahora le tocaba a él. El hijo se encontraba en el sofá bien quieto hasta ese momento, intentando no despistarse para hacer su papel como es debido.


Pero, mientras tanto, algo se cocía en Cuenca. La señora tupper de allí pagó a una vecina de Concha para que le avisara ante cualquier movimiento extraño. La llegada de Doña Carmen fue notificada, de forma que a pesar de tener casi cuarenta grados de fiebre, se fue arreando hacia la casa de su cliente estrella, porque según sus palabras, "no voy a aguantar que la bruja esa me quite el primer puesto en el último momento".


En Madrid, Juan se encontraba en el momento clave, le tocaba a él decantar la moneda hacia su madre. Estando a solas con la reinona, el pequeño inició su monólogo:


"Zeñora, po favó, zeñora. Compre las fiambreras a mi madre, po favó, cómprelas. Estamo pazando un momento angustioso. Mi padre murió y desde entonces no damo pie con bola. Los tupper es lo único que tiene mi madre pa darme de comé. Y desde que murió Franco no zabemo qué pasa que las zeñora como que no compran tanto. Haga er favó de comprarlos. Mire, mire - Juan se levanta y empieza a mojar el pantalón - zeñora, hasta pipí me hago de la pena que llevo..."


En ese momento, Doña Carmen se levantó angustiada, sacó de su bolso mil pesetas, las dejó sobre la mesa y se fue de la casa llevándose todos los tuppers como pudo, sin esperar si quiera a Concha; la cual, salió del baño dando saltos de alegría uniéndose a su hijo en un éxtasis fiambrérico nunca visto en Chamberí; y menos aún en Cuenca, donde, por cierto, la señora no pudo vender ni una fiambrera, pues llegó a la casa de la clienta en tal estado que en mitad de la explicación vomitó encima de los tupper y claro, la señora como que no lo veía claro.


Juan enorgulleció a su madre y ésta le recompensó con una tarde de cine en el cine Callao. Vieron Campeón, y ambos lloraron a más no poder.




Sunday, April 01, 2007

20. La Vida Sentimental de Batalla.

Muchas veces no nos paramos a pensar en personas o cosas que están cerca de nosotros, quizás porque la cotidianidad nos nubla la vista, quizás porque andamos ocupados, o más probablemente porque no nos interesa lo más mínimo la vida interior de quienes nos rodean. Batalla, el fiel perro de Juan, lleva ya un año y medio en la vida del pequeño, y bien poco sabemos de él. ¿Cuáles son sus sentimientos? ¿Está satisfecho con su existencia? ¿Es gay? Según un reciente estudio de la Universidad de Massachuset, uno de cada veinte perros es gay, y un 100% es zoofílico. Pero no, nuestro Batalla es un perro hetero, es más, lleva toda su vida enamorado platónicamente de Tana, una perra San Bernardo de la vecina del primero B.

Pero Batalla, a pesar de la fiereza que despliega ante la presencia de Pepito, es en realidad un ser débil de espíritu, apocado, dado a los lloros en privado y a la bipolaridad. El can de Juan es el más pequeño de una camada de cinco criaturas. Ya desde su nacimiento tuvo una vida difícil, pues su madre nació sólo con cuatro tetillas, con lo cual una de las crías se quedaba siempre sin mamar, y solía tocarle a él por ser el benjamín. El hermano de en medio propuso hacer algo así como el juego de las sillas, de forma que todos los cachorrillos debían danzar rodeando a su madre y al cese de la música debían correr raudos hacia los pezones. Quien se quedase sin tetilla, se quedaba sin comer. Pero esta idea fue rechazada de pleno por los otros tres hermanos y la abstención de Batalla.

Al poco tiempo de nacer, Batalla tuvo que soportar otro trago amargo en su vida. Su dueña, la presentadora de televisión, se equivocó de sexo y a la hora de inscribir al cachorro en su tarjeta de pedigree le llamó "Melania", lo cual le convirtió en el hazme reir de todo el barrio durante un buen tiempo. Los demás perros le piropeaban como si se tratara de una dulce hembra entre risas y ladridos. Y toda esta crueldad perruna melló en su carácter... y en su relación con las perras.

Batalla llevaba no más de un mes en casa de los Fernández cuando la vecina del Primero B se hizo con una pequeña perra San Bernardo. Se llamaba Lili, en honor a Lili Marlen. Batalla y Lili se conocieron en el ascensor, pero la conversación no dio para mucho porque viviendo Lili en un primer piso, el trayecto no daba casi ni para hablar del tiempo. De vez en cuando sus dueños les sacaban por el parque, y después de hacer sus respectivas necesidades solían dedicarse un tiempo a olerse, pero Tana mostraba su actitud altiva de fémina refinada y se alejaba de Batalla como dando saltitos, lo cual el perrito lo interpretaba como una clara negativa a sus insinuaciones.

El tiempo pasaba y Batalla se hizo ya un perro en edad de merecer. Un día, una clienta de Concha que tenía una perrita schnauzer, le propuso un apareamiento. A cambio, la clienta le compraba un juego de seis tuppers. Concha no se lo pensó dos veces, y no tardó en concretar la hora y el sitio. El lugar convenido: la fría cocina de la señora; la hora: las once de la noche del 13 de octubre. La forzada pareja debía pasar la noche allí encerrada con la sana intención de llegar al menos a una copulación. La perrita, Curra, no le recibió muy cordial que digamos. "Si crees que vas a pasar una noche de sexo desenfrenado estás muy equivocado, ¿eh? Ya sé que en la nevera hay mantequilla, pero si te da por creerte Marlon Brando más vale que te lo pienses o serás el primer perro eunuco".

¡Guau! Batalla se quedó de piedra. Al otro lado de la ventana, las dos señoras les miraban con una mezcla de dulzura y picardía. ¡Sus perros iban a perder su virginidad delante de sus narices! Pero el tiempo pasaba y en aquella cocina lo único que se cocía era un par de coliflores. Batalla no dejaba de olisquear e intentar acercarse a la perrita, pero ella parecía transformarse en Alien al mínimo contacto. La único obsesión de Batalla era cumplir como machito, pues el desliz de su nombre femenino le creó una fama de mariposón que él quería eliminar de inmediato. Y no porque tuviese algo contra los gays. De hecho, algunos de sus mejores amigos lo eran. Pero necesitaba tener una imagen de perro macho si quería tener opciones con Tana. Así que se acercó a Curra y le dijo bien claro: "Nena, nos han encerrado aquí para procrear. Sabes bien que nos mantendrán encerrados aquí noche tras noche hasta que nos vean pegados. Así que tenemos dos opciones: o estamos persiguiéndonos como el perro y el gato oliendo a coliflores sin parar o lo hacemos de una vez por todas dejando el pabellón bien alto. Tú decides".

Curra pareció no pensárselo demasiado. Al final aceptó, y mientras los perros yacían, las dos señoras se reían al otro lado de la ventana, y la dueña de Curra le dijo a Concha: "¿Lo ves? El truco de las coliflores cociéndose es mano de santo. Ya puedes ir preparando el lote de tuppers, que tu perro está cumpliendo como un campeón. ¡Si hasta parece que se ha leido el Kamasutra!"

Y dicho eso, las señoras se fueron a tomar el té, mientras los perros permanecieron enganchados un buen rato con cara de circunstancias. Porque a ver qué cara se pone si no cuando dos seres se quedan enganchados por semejante parte mirando cada uno al otro lado esperando a que la cosa se desenganche....