Sunday, July 23, 2006

14. La Guerra del Mojón en el Baño.

La vida es como un río, como decía el poeta, con sus aguas rápidas, sus ruidos, sus tramos de calma, sus rectas, sus curvas....sus zonas anchas, otras estrechas....Y parece que no, pero nuestro Juan Fernández ya tiene cuatro añitos, y España ya dejó de ser una dictadura. Juan afirma en la actualidad no recordar absolutamente nada de lo acontecido en esos tres años de su vida. Tan sólo, dice, recuerda la cara de Franco en su ataud, pues su madre se lo llevó con ella a mostrarle sus respetos al dictador. Concha fue muy franquista, de forma que esos días de noviembre fueron duros para ella, y durante un mes decretó luto oficial en su casa: un mes sin televisión, sin revistas y sin juegos. Sin chocolate, sin plátanos y sin bocadillos de chorizo. Rezos diarios del Padrenuestro por la mañana, por la tarde y por la noche. Prohibido decir jolines y mecachis, nada de pimienta, nada de azúcar y nada de cotilleos con las vecinas.

Pero estamos en 1977, y Juan ya es un pequeño hombrecillo de 4 años. Un niño flaquísimo, era la viva imagen de su padre, tan sólo le faltaba el bigote y su uniforme amarillo para confundirle con él. No sabemos qué le pudo pasar al crío durante estos tres años pero el caso es que Juan perdió en ese tiempo gran parte de su fuerza e ironía interior. Las demás madres le veían en el parque y tenían ganas de bajarle un plato de cocido. Parecía que había perdido su curiosidad innata, su malicia. El niño se sentaba en el parque y observaba a los demás chavales jugar a la pelota o al escondite sin ánimo de incorporarse al grupo. ¿Era Juan un niño superdotado incomprendido y aburrido de su lento ritmo de enseñanza? Nooooo, pronto detectaron que Juan en eso era muy normalito. ¿Tristeza por la ausencia de su padre? Quizás, pero aquello le pilló siendo muy pequeño, lo cual le impedía hacer reflexiones maduras sobre el sentido de la vida, el porqué de la muerte o la insensatez de la bicicletas tandem.

JUAN

El siguiente recuerdo que tengo de mi infancia es a mí mismo arrodillado, con las manos juntas y rezando el Ave María junto a Pepito en una guardería de monjas. Tenía cuatro años, y ese era mi rito diario de todas las mañanas. La siguiente imagen es yo mismo en la bañera y con un....mojón en el agua. No sé por qué narices tengo que recordar eso tan desagradable, pero así es. Pepito y yo compartimos guardería. Nuestras madres se pusieron de acuerdo para así repartirse los días de llevada y recogida. Así que muy a mi pesar Pepito y yo estábamos obligados a entendernos, lo cual costaba lo suyo.

Pepito hoy en día es un respetable lobo de negocios. Pese a su juventud, el chaval supo acaparar la atención y escalar posiciones. Está soltero, es feo, pero tiene amantes en cada puerto.

PEPITO
Para mí Juan siempre ha sido como una piedra en el zapato bien incrustada. Éramos vecinos y nuestras madres, aunque se odiaban, llegaron a un acuerdo para entenderse y llevar su maternidad de la forma más cómoda posible. Y eso me obligaba a ver su careto día sí y día también. Además, miraba muy raro a mi madre, como con deseo, y eso me sacaba de mis casillas.
Con las monjas era lo peor, siempre haciéndose la víctima y acusándome de todo a mí. Vale, de vez en cuando se me escapaba una zancadilla o le aplastaba mocos en la cara, pero eran cosas inocentes, sin mala intención. Y se lo merecía por acusica. Sé que él me odia también, me cree el causante de mucho de sus males, pero se equivoca. Él atrae sus males por sí mismo, es su sino. Y siente envidia de mis éxitos.
Con cuatro años ya era el rey de la cantina del colegio. Todos me saludaban con admiración, y las nenas se rifaban quién iba a ser mi chica del recreo de ese día. Soy feo, lo reconozco, pero tengo un encanto fuera de lo normal. A Juan le gustaba una niña que se llamaba Isabelita, pero un día le tocó a ella ser mi chica del recreo. Hablamos de muchas cosas, de los lápices de colores, de su perro, de los payasos de la tele....Y la conquisté al regalarle un cromo de Pulgarcito. Juan rabiaba al vernos juntos, y un día estalló. Se puso rojo y gritó "¡Te odio, Pepito, te odio!", y todo el mundo le miraba. Yo entonces contraataqué contándole a Isabelita lo del mojón en el baño y fue entonces cuando se inició La Guerra del Mojón en el Baño, que duró 6 años, justo hasta quinto de E.G.B.

Monday, July 17, 2006

13. Amor Imposible.

El día del entierro de Antonio, el pequeño Juan seguía aún bajo el cuidado de Susana. Ajeno a todo lo que ocurría en el cementerio, el bebé seguía disfrutando de unas minivacaciones en el 1º B. Juan seguía enamorado de Susana, y así nos lo sigue relatando él mismo:

JUAN
Estando allí con ella me sentía como en el paraiso, pero en el paraiso antes de que les echaran de allí. Yo no dejaba de observarle sus pechos. Como había aprendido a decir "teta", me pasaba las horas diciendo esa palabra con todas las tonalidades posibles: cariñoso, mimoso, insinuante, irónico, sarcástico, demoníaco....Pero nunca cedió a mis pretensiones. Y no lo entendía, ¿cuál era el problema, la edad? Al fin y al cabo, ¿qué eran 31 años de diferencia? Cuando yo tuviese 30, ella tendría 61. Y yo la cuidaría en su vejez al igual que ella a mí en mi "bebez".
Quizás el problema fuese Pepito. Vale, teníamos casi la misma edad, pero yo no hubiera tenido problema en darle mis apellidos y aceptarle como hijo, y él acabaría entendiendo la situación. Pero me acabé rindiendo ante la evidencia. Nuestra relación era imposible. No la podría llevar al cine, ni a restaurantes....ni dar paseos por el Retiro, a no ser que ella empujase del carrito. No podría invitarle a una copa, regalarle joyas....Ella acabaría por aburrirse de mis limitaciones, y de cambiarme de pañales cinco veces al día. Me echaría a llorar y ella no sabría porqué, y no podríamos mantener discusiones sobre los excesivos gastos de la casa. Y además, la sociedad no aceptaría nuestra relación. Era demasiado peso para ella, así que decidí dejar aparcado mis sentimientos, y me dediqué a tirar mi chupete continuamente al suelo, que es lo que hacen los bebés.
SUSANA
Realmente Juan fue un bebé un tanto extraño, pero Concha me pidió ese favor y no podía negarme, claro, a pesar de que Pepito ya me daba bastante guerra. Me sorprendió mucho que acudiera a mí, teniendo en cuenta que no le era simpática. Aunque pensándolo bien, quizás fue precisamente por eso por lo que me encasquetó a un bebé durante 3 días. Concha siempre ha sido una mujer de armas tomar, y en aquella época más si cabe. Entre usted y yo, ella se pensaba que yo pretendía a su Antonio, y por eso me tenía entre ceja y ceja.
Se pensaba que por vivir sin mi marido durante tanto tiempo yo me dedicaba a flirtear con los maridos de las demás. Incluso llegó a divulgar por ahí que a ver si Pepito era realmente hijo del marinero o vaya usted a saber de quién. Hasta que un día no pude más y subí a su piso. Abrió la puerta y le dije claramente que yo era fiel a mi marido y que se dejara de estupideces, que por nada del mundo me iba a liar con Antonio, entre otras cosas porque no soporto los bigotes.
En cuanto a Juanito, ummmmm. Todavía hoy en día siento que me devora con su mirada, fruto más bien de un amor platónico no consumido.....gracias a Dios.
Una vez enterrado el bueno de Antonio, una nueva realidad habitaba en el hogar de Juan. Concha recogió a su hijo con lágrimas en los ojos, y una cierta mirada de odio a su vecina, pues al ver cómo reaccionaba el bebé al ser apartado de las dulces manos de Susana, Concha no pudo evitar revivir aquellas dudas sobre la honorabilidad de su ya difunto marido. No obstante, no quiso parecer grosera, puesto que siempre viene bien tener una vecina que haga de cuidadora de vez en cuando.

Monday, July 03, 2006

12. Concha y Antonio: Su Historia de Amor.

El primer día tras la muerte de Antonio fue un calvario para Concha. "¿Y ahora qué traje le pongo?" Se preguntaba la viuda. El difunto nunca fue amigo de los trajes de vestir, así que Concha tuvo que vaciar una de las huchas de ahorro para comprarle uno. "¿Es para la oficina o para los domingos?" Le preguntó el dependiente. "Es para un funeral", respondió Concha atónita, y se echó a llorar cuando aquel hombre le dijo: "Y no se preocupe si su marido engorda, porque tiene tela para ensanchar."

La madre de Juan se dio verdaderamente cuenta de su situación de viuda cuando vio que la televisión estaba encendida y su marido no le hacía ni caso, y eso que ponían una de Conchita Velasco. Al velatorio, en la propia casa, acudieron las personas justas, y muy pocos lloraban de verdad. Paco, Gutiérrez y Mariano, compañeros de Correos de Antonio, regalaron a la viuda una colección de sellos de temática pajaril. Cigüegas, pelirrojos, canarios, grajos....toda clase de pájaros ahí metidos. La vecina del quinto B le llevó una fiambrera con croquetas, rellenas con el resto de la pata de jamón de la Navidad pasada. La empresa del Tuperware mandó una corona de flores que rezaba: "Conserve sus fiambres en fiambreras Tuperware". Nunca se sabe dónde hay un potencial cliente....

Concha observaba a su marido y miles de recuerdos se le amotinaban en su cabeza. Su primera mirada furtiva, sus besos sencillos bajo la escalera de un portal, sus discusiones diarias....Momentos bellos y también tristes, como en toda pareja de humanos. Viéndole ahí quietecito intentaba recordar por qué se casó con él, pues realmente no lo recordaba.

CONCHA
Conocí a Antonio por pura casualidad. Fui un sábado por la mañana a la oficina de Correos de Guzmán el Bueno. Recuerdo que iba llorando, en mis manos llevaba una carta dirigida a quien entonces era mi novio, y en ella le hacía saber que nuestras relaciones habían acabado, que me llegaban rumores de indefilidad a cada momento, y no lo soportaba más. Él vivía en Santurce, y la relación a distancia era insoportable. Entonces llegué al mostrador y allí estaba Antonio, delgaducho y con todo su bigote. Me vio llorar y me cogió la mano. Me dijo que no llorase, que nada ni nadie se merecía unas lágrimas tan bellas. Esas palabras me cautivaron. Yo dudaba si mandar la carta o no, porque mi futuro dependía de ello. En cuanto le expliqué su contenido a Antonio no dudó en convencerme de que debía mandarlo, incluso certificado y urgente. Y eso hice. La carta llegó a su destinatario, y Antonio y yo empezamos a salir.
Dábamos paseos por el Retiro, nos metíamos en los cines de Gran Vía y nos volvíamos riendo hasta llegar a Chamberí. Fue un bonito noviazgo. Su bigote me incordiaba, pero me dijo que era una herencia familiar, y que no se lo podía afeitar. Un buen día, merendando en una cafetería bulliciosa, se arrodilló ante mí y dijo: "Mira, una moneda de cinco duros", y con eso pagó la merendola. Y así seguimos un día y otro y otro hasta que me pidió en matrimonio. Y no pudo hacerlo de otra manera, me mandó una carta pidiéndome que me casara con él, y que se afeitaba el bigote si hiciera falta. Pero no le hice pasar por ese mal trago. Le mandé un telegrama diciéndole que sí, que le quería, y que hiciese el favor de limpiarse por detrás de las orejas. Y así fue cómo acabó nuestro noviazgo y empezó nuestro.....matrimonio.
Antonio fue enterrado entre los sollozos, los suspiros y los "ay, ¿por qué?" de la familia del fallecido de al lado. "Ya podían ponerse de acuerdo con los horarios, o bien distribuir a los muertos a cierta distancia", dijo la vecina del quinto. El problema de Antonio fue que no se dejó querer, y por eso su presencia en este mundo fue prácticamente ninguneada, a excepción de la hipoteca del piso, que mensualmente le hacía una visita.

Saturday, July 01, 2006

11. Susana, la Diosa del Primero B.

Momentos tristes en el hogar de Juan Fernández. Su padre murió el día en el que el bebé cumplía un año, y a partir de ahí nada iba a ser igual. Concha quedó viuda en su mediana edad y la muerte de su marido le dejó atónita y pensativa: "¿Tenía Antonio un seguro de vida? Si no, me voy a tener que hartar de vender tupers". Pero ya habría tiempo para pensar en esas cosas. De momento, había que rezar por su alma, y de paso enterrarle.

Concha no quería que su hijo estuviese presente en esos duros momentos. "Vamos- dice Juan- ni que me fuese a acordar de aquello teniendo un año." Pero por si acaso Concha decidió dejarle su hijo a Susana, la joven vecina del 1º B, al menos hasta que Antonio estuviese enterrado. A Susana no le importó hacerse cargo del niño, al fin y al cabo, ella tenía un bebé de 4 meses, así que teniendo un llorón en casa, lo mismo da tener dos. Al mismo tiempo, el favor ayudaría a suavizar ciertas tensiones entre ambas por asuntos pasados.

Era tal la tensión, que Juan jamás había llegado a ver a su famosa vecina, así que fue toda una sorpresa para él cuando Susana fue a recogerlo: "¡Vaya bombón!" Exclamó Juan. El pequeño quedó tan impresionado por la belleza de su cuidadora que durante esos dos días que estuvo con ella ni se percató de la ausencia del chupete en su boca. En esas 48 horas, Susana se convirtió en su fijación. Pero antes de intentar algo con ella, el bebé debía inspeccionar el terreno.

JUAN
Marido no había, ¡bien! Bueno, sí había, pero era marinero de alta mar y llevaba 4 meses fuera. Por lo visto le dieron el permiso justo para ver nacer al niño. Lo vio y en seguida se cogió un taxi para Vigo y otra vez a la mar. Tampoco había perro, lo cual me facilitaba las cosas, ya que soy alérgico a ellos y de haber uno me hubiese pasado el día estornudando mocos. No había suegra, ni abuelo ni gatos, así que el camino estaba despejado. Pero pronto me di cuenta de que sí había algo que obstaculizaba nuestra relación: otro bebé, Pepito.
Su mirada amenazante me observaba a cada momento. Con un pequeño gesto lo decía todo: "Soy Pepito, ¡y tú escoria!" Yo no entendía por qué me veía como un enemigo, al fin y al cabo ella era su madre y mis intenciones hacia ella no eran de hijo a madre, sino de hombre a mujer. Aparte, el hecho de que el novio de su madre hablase en su mismo lenguaje siempre era una ventaja. "Que no, Susi, que no quiere leche, que quiere brandy". Pero Pepito era una persona tan negativa que era incapaz de apreciar esas ventajas, y yo tenía claro que nada ni nadie evitaría nuestra relación.
Susana era una joven maravillosa. En 1974 tendría unos 30 años, no más. Vestía siempre de forma cómoda y juvenil. La sonrisa nunca faltaba en su mirada y su pelo moreno ondulaba por su rostro como olas de mar. Aquel primer día con ella me conquistó definitivamente cuando me cogió en brazos y me miró con sus ojos más tiernos: "Ay, pequeñín, ay pequeñín, ay mi pobrecito", me dijo, y acercó sus labios a mi mejilla y me besó. Yo la miré y pensé: "Eres mía, baby". Y ella me miró y dijo: "Me parece que se ha cagado".
Pepito era un canalla, pero sólo tenía 4 meses, así que aún tomaba leche del pecho, y ese espectáculo no me lo podía perder yo. Susana me sentó en una trona y luego cogió a su bebé. Se sentaron en el sofá de la salita, encendió la tele y después, con toda la sencillez del mundo, se quitó dos botones de la camisa y se sacó un pecho. Pepito me miró de reojo y se lanzó como un vándalo hacia esa obra divina, ante lo cual no pude evitar sentir toda la envidia del mundo. Empecé a agitar los brazos, a moverme de alante a atrás y a abrir los ojos como si quisiera que se salieran de su cavidad. Sin darme cuenta mi boca se abría y se cerraba y algo en mi interior estaba ocurriendo. De repente, mi lengua posó ligeramente entre mis dientes inexistentes y una exalación escapó de mí con tanta fuerza que de mi boca salió una sonora y trepidante palabra: ¡¡TETA!!
Mis primeras palabras de bebé fueron "teta", y ocurrió un día después de haber cumplido un año. No sé si llegué a batir algún record, pero fue tal la impresión que se llevó Susana que del susto fue incapaz de amantar a su hijo durante días, cosa que Pepito me reprochó durante años.