Friday, January 30, 2009

27. La Aparición De Antonio



El 15 de julio de 1982 el pequeño niño gordito Juan cumplió 9 años. En el cine de verano lo celebraron con cierta desgana: regalaron regaliz y gusanitos a cada espectador, y en el intermedio le cantaron todos el cumpleaños feliz. La película elegida fue SUPERMAN; escogida oficiosamente para elevar la autoestima del pequeño, la cual andaba bastante baja aquel verano. Concha y su hijo volvieron a casa dando un paseo por la acogedora noche de verano de Chamberí. Las terrazas estaban animadas, y los coches pasaban de un lado a otro buscando diversión y alevosía. A la mañana siguiente Juanito se despertó y vio una nota de su madre: “Juanito, he tenido que salir. Llegaré por la noche. La del Segundo A te traerá la comida. No seas malo”. Con nueve años el chico ya sabía estar en casa solo. Incluso le gustaba. Podía comer todas las tostadas que quisiera y correr desnudo por los pasillos. Esa mañana se la pasó tumbado en el sofá mientras su perro Batalla le miraba preguntándose por qué a él le tocó ser él. Y entonces, mientras ojeaba un Mortadelo y Filemón, notó que no estaba solo en esa casa.

JUAN

Efectivamente. Yo estaba leyendo un tebeo y de repente noté como frío. La ventana estaba abierta, así que me levanté a cerrarla y cuando me giré para volver al sofá, de repente veo allí sentado a…¡mi padre! Bueno, a su espíritu. Pensé que sería una ilusión óptica, pero el fantasma no desaparecía, y empezó a mirarme de arriba a abajo. “Juanito, dile a tu madre que no te dé tanto de comer, que estás muy gordo”. Le recriminé que lo primero que hizo al verme fuera insultarme, y me dijo que era una crítica constructiva, y que se reía conmigo, no de mí. Me dijo después que me sentara a su lado, que no mordía. Yo le hice caso porque se trataba de mi padre, si llega a ser el espíritu de un desconocido hubiese salido corriendo como un descosido, claro. Le pregunté que qué estaba haciendo por aquí, y me dijo esto: “Niño, he venido para que le digas a tu madre que venda mi colección de sellos, que vale una pasta gansa”. Yo le dije que había estado a punto de tirarla dos veces, y que yo se lo impedí. “Por eso, Juanito. Que lo venda, y así tenéis dinerito para algún capricho. Me gusta la tortilla de mi Tío Manolo.” Lo de la tortilla es porque los espíritus hablan así, de esa forma inconexa, ya sabes.

Durante la mañana estuvimos hablando de muchas cosas. Piensa que él se murió siendo yo bebé, y teníamos que ponernos al día. Mis primeras palabras, mis primeras decepciones, mis primeros traumas… Cansados de estar encerrados en casa decidimos dar un paseo, y así él recordaba las calles que tanto tuvo que recorrer en sus primeros años en Correos. Nos acercamos a la oficina de Guzmán El Bueno para ver a sus antiguos compañeros. Se lo pasó de lo lindo escondiéndoles las cosas, y dijo de ellos que todos estaban más gordos, pero que lo decía como crítica constructiva. Después fuimos a tomar un helado, y yo me tomé el suyo, ya que un fantasma no puede dar lengüetazos. Entonces se me ocurrió pedirle que me llevara a la Gran Vía, para comer juntos en la nueva hamburguesería que había abierto: ¡el primer McDonald de España! Cogimos el metro de Chamberí y nos fuimos hasta la parada de Gran Vía. Él no pagó billete, claro, pero se divirtió mucho dando pellizcos en el culo a las chicas guapas que abarrotaban los vagones.

Fuimos bajando por esta calle que tanto me gusta hasta llegar a la hamburguesería. Pedimos dos Mc hamburguesas, pero mi padre no llevaba dinero encima y tuve que pedirle dinero a una señora que estaba allí. Le dije que mi madre se lo devolvería en tuppers, y me pidió mis datos y mi dirección para poder ir a por ellos. Era la hora de comer, y Susana fue a mi casa a llevarme la comida, y al ver que no abría la puerta pues entró ella con su juego de llaves. Yo le dejé una nota que decía: “Susana, he ido a dar un paseo con el espíritu de mi padre”. Así que llamó a mi madre muy angustiada, pues pensaba que yo estaba loco del todo. Después de la comilona fuimos al cine y nos vimos una peli de Paul Newman. Él tampoco pagó, claro. De hecho, se sentó encima de una señora que estaba a mi lado, pero ella no notó nada, porque los espíritus son transparentes y no pesan, y sólo los pueden ver aquellos que son elegidos por el mismo espíritu. Después nos sentamos en la Plaza de España y nos entretuvimos mirando a la gente rara y poniéndoles motes. Entonces mi padre le preguntó a uno la hora y antes de salir corriendo muerto de miedo le dijo que eran las siete y media. Y le entró la prisa: “¡Juanito, qué tarde! Me tengo que ir ya que allí arriba hay toque de queda y el que llegue tarde tiene que pasar la noche en el purgatorio. No sabes cómo se las gastan ahí arriba.” Entonces me puse a llorar y le dije que por favor, por favor, que antes de irse me ayudara con una cosita. Y mientras íbamos en el metro, le fui explicando que necesitaba que le diese un susto a mi enemigo Pepito. Le expliqué toda la historia y me dijo que vale, que me ayudaría porque ese Pepito era un niño de lo más malo y tonto.

Al llegar a mi calle, llamé a Pepito por el telefonillo, y le dije que se bajara.

PEPITO

Yo me bajé, porque ese día tenía ganas de meterme con él. Y entonces le vi con una sonrisita un tanto sospechosa. “¿De qué se reirá Bellota Gorda?”, me pregunté. Y entonces empezaron a ocurrir cosas de lo más extrañas.
JUAN

Entonces le dije a mi padre que cogiera un montón de piedrecitas y tierra y se las echara por dentro de los calzoncillos. Y mientras yo distraía a Pepito contándole una tontería, mi padre hizo lo que le pedí. Entonces se le cambió la cara al tonto de Pepito y de repente empezó a llorar y a andar con las piernas abiertas, mientras no paraba de gritar “¡mamaaaaaaá, mamaaaaaaá!”. Y justo en ese momento pasó por delante Isabelita, nuestra amada, y le dije al oído: “Pues eso, guapa, que Pepito se ha hecho caca”. Mi padre, entonces, aprovechó e hizo un mutis por el foro, no sin antes recordarme que le dijera a mi madre lo de su colección de sellos.
Cuando Juanito subió a su casa, su madre encolerizó. Le dijo que qué era eso de escaparse y que qué era eso de decir que se iba de paseo con el espíritu de su padre, que eso no era de recibo y que era menester que no fuera un niño tan embustero. El niño aceptó la regañina, y se olvidó por completo del encargo que le había hecho su padre. Al rato, apareció en la casa la señora que le había pagado las hamburguesas. Al pedirle un par de tuppers como pago, Concha le dijo que nanai, pero a cambio le entregaba una bonita colección de sellos perteneciente a su difunto marido. La señora se fue a regañadientes, hasta que llegó a su casa y le mostró la colección a su esposo, que era coleccionista y experto en sellos. Al verano siguiente, el matrimonio pasó un mes de crucero por el Caribe, mientras el espíritu de Antonio, ahí arriba, se tiraba de los pelos y maldecía la torpeza de su hijo.

1 comment:

haujavi said...

20 años después aquel coleccionista de sellos había invertido todo en forum filatélico y pasó a estar en la ruina :D:D:D