Tuesday, April 25, 2006

2. Dicen Que Nací

Juan Fernández nació una calurosa noche de verano, en una de esas en las que lo último que le apetece a una mujer es parir. Concepción Fernández, en adelante Concha o "la Madre", no tenía previsto quedarse embarazada. A pesar de que tenía ya 30 años y que llevaba siete de casada, aún no estaba convencida del todo. Su marido, Antonio Fernández, en adelante Antonio o "el Padre", era un funcionario de Correos de los de bigote con muy poca vida social. Tenía 40 años cuando nació su primogénito, y digamos que tampoco buscó la paternidad. Ocurrió como suelen ocurrir estas cosas. El proceso fue el habitual, pero lo destacable de verdad fue el alumbramiento. Así lo cuenta el propio Juan.
JUAN
Mi primer recuerdo infantil es de espermatozoide. Me recuerdo a mí mismo con forma de renacuajo deambulando de un lado para otro con un nerviosismo inusitado, casi como si tuviese sífilis. Mi nivel de conciencia era casi nulo, pero recuerdo con claridad el momento preciso de la fecundación. De repente, en un momento de tranquilidad selvática, en cuestión de segundos una fuerte corriente blanquecina me impulsó a mí y a otros tantos millones de espermatozoides a un lugar desconocido.
Al fondo, muy al fondo, se encontraba una gran circunferencia: el óvulo. Por una razón casi animal, instintiva, todos los espermatozoides sentimos la necesidad de correr hacia él cegados por su orondidad. Los más rápidos dejamos atrás con facilidad a los demás, y pronto fuimos tres los destacados. El de mi izquierda era veloz, pero no tardé en saber que no aguantaría mi ritmo. El de mi derecha, sin embargo, sí que era peligroso.
Los dos mantuvimos una gran lucha. Con una velocidad descomunal nos dirigimos hacia el gran bolón tan atractivo para nosotros, a pesar de que no sabíamos lo que nos esperaba. En un momento de la carrera me equiparé al mismísimo Ben Hur en su carrera de cuádrigas contra Mesala. Los demás espermatozoides, ya rendidos, animaban al uno o al otro, pero sus gritos de ánimo eran casi inaudibles en esas circunstancias. A puntísimo de llegar a la meta, mi contrincante y yo nos miramos a los ojos, y con un guiño nos dijimos mutuamente y con gran compañerismo "que gane el mejor".
Y gané yo. Ha sido la única vez que gané algo. Lástima que no me entregaran ninguna medalla conmemorativa. Costó, pero una vez llegado me introduje en el óvulo atravesando su pared gelatinosa, y ya no recuerdo más hasta el día de mi nacimiento.

2 comments:

haujavi said...

Esto me recuerda a una película de Woody Allen que vi hace muuuucho tiempo. Si es que la cabra tira al monte...

Kinezoe said...

La vida es pura competición incluso antes de haber nacido.