Wednesday, May 23, 2007

22. Salvador, Un Amigo.

En el verano del 80, Juan cumplió siete años. Aquella noche, en el cine de verano, la celebración de su cumpleaños fue si cabe más triste de lo habitual: el Doctor Gutiérrez, el médico que le ayudó a nacer, acababa de morir. Él fue el que todos los años se encargaba de los preparativos para el cumpleaños del niño, y quien elegía la película a ver. En esa ocasión, hubo que improvisar y se tiró de la primera película que encontraron: ORDET, de Theodore Dreyer. Ni que decir tiene que el niño sufrió las secuelas durante todo el verano.
Pero aquel verano del 80 ocurrió algo muy importante en la vida de Juanito.
JUAN
Una tarde tediosa de verano, mi madre me llevó a la piscina del Canal de Isabel II. Ahí iba yo, con mis siete años y mi gordura sobredimensionada de la mano de mi madre. Me encantaría decir que acoplamos las toallas en el frondoso y verdoso césped, pero es que no fue así. Nos tuvimos que conformar con el único metro cuadrado libre del duro y rojizo suelo. Una marea humana poblaba aquel oasis en medio de la civilizada Chamberí. Aunque, según el alto nivel sonoro producido por los salvajes chichidos infantiles, estábamos más cerca de Sodoma que del Edén.
Mi madre debió de darse cuenta de que yo era el único niño que no chillaba, y que no lo hacía porque estaba solo y no tenía a nadie con quien gritar. Así que decidió acabar con la situación y buscarme un amiguito. Cual periscopio submarinesco, su cuello empezó a girar de un lado a otro buscando no un puerto donde atracar, sino a mi alma gemela; aunque se conformaba con alguien que aguantara dos horitas y así poder ella relajarse.
De repente, sus ojos hallaron un objetivo: un niño jugando solo con los cubos y las palas. Mi madre me cogió de la mano y me llevó hacia él:
- Hola niño, ¿cómo te llamas?- preguntó mi madre.
- Salvadorcito, pero mi abuela me llama Salvador.
- Mira Juan- dijo mi madre- éste es Salvador, y es como tú.
Y se fue. Y el niño y yo nos quedamos mirándonos con extrañeza. Y en mi cabeza retumbaba una única cuestión: ¿Qué quiso decir mi madre con aquello de "y es como tú"? ¿Cómo yo de chico? ¿Como yo de tonto? ¿Como yo de gordo? Efectivamente, él era tan gordito como yo, y quizás pensó que me hacía un favor uniéndome a otro niño obeso. Lo que no pudo imaginarse jamás mi madre era que ese niño gordo adelgazó todos esos kilos a los 15 años, que se apuntó a un gimnasio, que musculó su cuerpo como las estrellas de cine y que se convirtió en el ser más envidiado por mí. Y para más inri, Salvadorcito se convirtió en mi mejor amigo.

2 comments:

haujavi said...

Es que la vida social de los cubos y las palas es todo un mundo, lo que fardaba yo haciendo pozos al lado del mar...

civairot said...

Haujavi!! Hacía tiempo que no te veía por aquí!!

A mis 32 aún me dejo llevar por mi espíritu arquitectil y batallador y me pongo a hacer fortalezas en la orilla, las cuales siempre acaban derrotadas e inundadas por el vasto mar....