Monday, July 03, 2006

12. Concha y Antonio: Su Historia de Amor.

El primer día tras la muerte de Antonio fue un calvario para Concha. "¿Y ahora qué traje le pongo?" Se preguntaba la viuda. El difunto nunca fue amigo de los trajes de vestir, así que Concha tuvo que vaciar una de las huchas de ahorro para comprarle uno. "¿Es para la oficina o para los domingos?" Le preguntó el dependiente. "Es para un funeral", respondió Concha atónita, y se echó a llorar cuando aquel hombre le dijo: "Y no se preocupe si su marido engorda, porque tiene tela para ensanchar."

La madre de Juan se dio verdaderamente cuenta de su situación de viuda cuando vio que la televisión estaba encendida y su marido no le hacía ni caso, y eso que ponían una de Conchita Velasco. Al velatorio, en la propia casa, acudieron las personas justas, y muy pocos lloraban de verdad. Paco, Gutiérrez y Mariano, compañeros de Correos de Antonio, regalaron a la viuda una colección de sellos de temática pajaril. Cigüegas, pelirrojos, canarios, grajos....toda clase de pájaros ahí metidos. La vecina del quinto B le llevó una fiambrera con croquetas, rellenas con el resto de la pata de jamón de la Navidad pasada. La empresa del Tuperware mandó una corona de flores que rezaba: "Conserve sus fiambres en fiambreras Tuperware". Nunca se sabe dónde hay un potencial cliente....

Concha observaba a su marido y miles de recuerdos se le amotinaban en su cabeza. Su primera mirada furtiva, sus besos sencillos bajo la escalera de un portal, sus discusiones diarias....Momentos bellos y también tristes, como en toda pareja de humanos. Viéndole ahí quietecito intentaba recordar por qué se casó con él, pues realmente no lo recordaba.

CONCHA
Conocí a Antonio por pura casualidad. Fui un sábado por la mañana a la oficina de Correos de Guzmán el Bueno. Recuerdo que iba llorando, en mis manos llevaba una carta dirigida a quien entonces era mi novio, y en ella le hacía saber que nuestras relaciones habían acabado, que me llegaban rumores de indefilidad a cada momento, y no lo soportaba más. Él vivía en Santurce, y la relación a distancia era insoportable. Entonces llegué al mostrador y allí estaba Antonio, delgaducho y con todo su bigote. Me vio llorar y me cogió la mano. Me dijo que no llorase, que nada ni nadie se merecía unas lágrimas tan bellas. Esas palabras me cautivaron. Yo dudaba si mandar la carta o no, porque mi futuro dependía de ello. En cuanto le expliqué su contenido a Antonio no dudó en convencerme de que debía mandarlo, incluso certificado y urgente. Y eso hice. La carta llegó a su destinatario, y Antonio y yo empezamos a salir.
Dábamos paseos por el Retiro, nos metíamos en los cines de Gran Vía y nos volvíamos riendo hasta llegar a Chamberí. Fue un bonito noviazgo. Su bigote me incordiaba, pero me dijo que era una herencia familiar, y que no se lo podía afeitar. Un buen día, merendando en una cafetería bulliciosa, se arrodilló ante mí y dijo: "Mira, una moneda de cinco duros", y con eso pagó la merendola. Y así seguimos un día y otro y otro hasta que me pidió en matrimonio. Y no pudo hacerlo de otra manera, me mandó una carta pidiéndome que me casara con él, y que se afeitaba el bigote si hiciera falta. Pero no le hice pasar por ese mal trago. Le mandé un telegrama diciéndole que sí, que le quería, y que hiciese el favor de limpiarse por detrás de las orejas. Y así fue cómo acabó nuestro noviazgo y empezó nuestro.....matrimonio.
Antonio fue enterrado entre los sollozos, los suspiros y los "ay, ¿por qué?" de la familia del fallecido de al lado. "Ya podían ponerse de acuerdo con los horarios, o bien distribuir a los muertos a cierta distancia", dijo la vecina del quinto. El problema de Antonio fue que no se dejó querer, y por eso su presencia en este mundo fue prácticamente ninguneada, a excepción de la hipoteca del piso, que mensualmente le hacía una visita.

1 comment:

haujavi said...

Mira que dejar a uno de Santurtzi...